LUÍS MEGÍAS: EL MÚSICO TOTAL
El pluriempleo musical nació con Luís Megias, y ya fuera en la docencia o en la interpretación, las múltiples actividades coparon su vida
Tito Ortiz.-
Yo no tendría más de diez años, cuando mi padre solicitó mis servicios en su taller de barnizado, para ayudarle a meter por vereda, aquel piano blanco que, su amigo Manuel Fernández Heredia, director del hotel “Nevada Palace” en la calle Ganivet, le había mandado para dejarlo como nuevo. El blanco de su lacado era más bien un amarillo cetrino, y sus tripas necesitaban una buena limpieza. La Tabla armónica, Costillas, Bastidor, Teclado, Puente, el Clavijero los Pedales, todo fue convenientemente desmontado y limpiado. Fueron muchos días decapando aquel colín, lijándolo hasta el tacto de la seda, y lacándolo de nuevo en blanco, hasta colocarle la última tecla, el último macillo y que estuviera listo para presidir de nuevo el salón del hotel, donde el maestro, Luís Megías García, haría las delicias de la fiel concurrencia que cada tarde noche, se daba cita para escuchar de sus manos, las obras inmortales de ayer, hoy y siempre. Luís era un músico total, así que lo mismo abordaba un pasodoble, un nocturno de Chopin, una copla andaluza, el Twist o la Yenca. Luís tenía en la cabeza todas las músicas del mundo, con una facilidad pasmosa para que pasaran de su cerebro a las manos, sin perder un ápice de su encanto. Desde su adolescencia, nunca le conocí un solo trabajo. El pluriempleo musical nació con Luís Megias, y ya fuera en la docencia o en la interpretación, las múltiples actividades coparon su vida de tal forma, que lo convirtieron en un músico completo, de amplio espectro, dejándole poco espacio a otras actividades que no fueran la música en cualquiera de sus facetas.
CERÓN Y GUILLÉN
Va para cuarenta años que, a mi compadre Luís Cerón se le ocurrió rendir homenaje – cuando nadie se acordaba de él – al ahora, multipremiado y reconocido poeta de los albaicines, Rafael Guillén, que aunque more en poeta Manuel de Góngora, los sus amigos, no olvidamos la casa de Los Carros de San Pedro frente a la Alhambra. Quiso el cantautor rodearse de un gran equipo de profesionales para el asunto, escogiendo un ramillete de músicos granadinos de la mayor solvencia, entre los que destacaba con luz propia, el maestro Luís Megias, que al piano, hizo suya la música de Cerón, para convertirla en soporte idóneo de los poemas “guillenianos”. Pocas veces he disfrutado más en mi vida, que aquellas tardes de ensayos en el Auditorio Manuel de Falla, presenciando como se montaba un recital inédito, en el que los poemas de Rafael, hechos canciones, eran interpretados por la voz personalísima de Luís Cerón, en compañía del piano y los arreglos consensuados de Luís Megias. Aquellas doce canciones con letra de Guillén, conformaron un único e irrepetible recital en Granada, que tuve el honor de presentar ante un auditorio Manuel de Falla abarrotado, y en el que las notas del piano interpretadas por Megias, fueron la autovía de los sentidos imprescindible para completar un éxito sin precedentes que no se ha vuelto a repetir, y han pasado más de tres décadas.
VÍA VENETTO
Dios lo dotó también con la virtud de la composición, y no ha sido desdeñable, en absoluto, su aportación a la música culta con obras reconocidas y aplaudidas por quienes desde esa faceta musical, reconocen a un buen profesional al servicio del pentagrama. Pero he de confesar que, cuando más disfruté de la profesionalidad de Luís Megias, fue cuando a costa de mi descanso, optaba por pasar la madrugada en el Pub Vía Venetto, donde Luís hacía de la noche, la aliada perfecta del amor por la vida y las bellas artes. Era del todo impagable, poder acercarte mientras interpretaba un tema de siempre, y susurrarle al oído el siguiente, con la seguridad de que tu petición sería llevada a cabo. Un bolero de los Panchos, un tema de Ray Conniff, alguna de Quintero, León y Quiroga, lo que pidieras, iba a ser interpretado por él en unos instantes, con una sonrisa casi socarrona, con la espalda inclinada sobre el teclado, y la mirada oculta en los cristales oscuros de su gafas. Luis era hombre de risa espontánea, de timidez contenida y voz afillada, pero de amistad eterna y vocación musical perpetua, un músico total de esos que hay que estudiar en las enciclopedias, para comprender la magnitud de su ausencia.
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