viernes, 31 de agosto de 2018

RAFAEL FERNÁNDEZ-PÍÑAR Y AFÁN DE RIVERA

RAFAEL FERNÁNDEZ-PÍÑAR Y AFÁN DE RIVERA Tito Ortiz.- Entornaba sus ojos claros para mirar los tuyos, con un mensaje limpio y directo. El mensaje iba envuelto en un tono de voz bajo y pausado. Con educación victoriana, mi amigo Rafael, nacido en alta cuna, dedicó su vida a luchar por los que más lo necesitaban, bien con el ejercicio del derecho a los trabajadores, o por la cultura de esta ciudad, que lo sigue echando de menos. Él conducía una moto de gran cilindrada japonesa, y yo otra alemana de casi media tonelada. Coincidimos aquel día parados en un semáforo de la Gran Vía, y me dijo: ¿Pero dónde vas con ese hierro? Se refería a mi moto, como una pesada, en comparación con la suya que más ligera, corría más y contaba con mayor “reprís”, o menor tiempo de aceleración. Nos apeamos, tomamos café, y la conversación entre dos veteranos moteros, fue como no podía ser de otra manera, de los cilindros al embrague, pasando por la distancia de frenada, ancho de neumáticos, velocidad par y estabilidad. Él podía tumbarse más en las curvas, yo no tanto, y la salida una vez trazada era más rápida en la suya. Nunca pudo convencerme, solo consiguió que me cambiara a Triumph, donde acabé mi vida de motero, después de pasar por siete modelos distintos. Aprovechamos – ya que estábamos puestos – para darle un repaso a la ciudad, intercambiar ideas, y nos despedimos después de que yo hubiera aceptado, ser miembro del jurado del concurso de carnavales en el Palacio de Congresos, junto al poeta, Javier Egea, (Quisquete) el activista vecinal y cultural del Zaidín, Isidro Olgoso, y algunos amigos más. UNA VIDA EJEMPLAR Rafa Píñar, como le llamábamos los amigos, era un militante comunista de vocación, con un sentido de la amistad y de la solidaridad a prueba de bombas. Con la toga, defendía en los tribunales a los que él sabía que no tenían para pagarle la minuta, en una Granada que, de la dictadura a la transición, se vio convulsionada por constantes y justas reivindicaciones de los obreros, decenas de años marginados y explotados. Llegó al Senado por la comunidad autónoma y fue diputado del Parlamento andaluz. Fernández-Píñar había sido durante los años ochenta, uno de los principales líderes del Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista (PTE-UC) de Santiago Carrillo. Durante su gestión como concejal de Cultura, en las listas del PSOE como independiente, reforzó la presencia municipal en el Festival Internacional de Música y Danza. Su último acto como concejal, precisamente, fue la presentación, el 10 de junio de 1995, del pregón de las fiestas del Corpus Christi, a cargo del escritor libanés Amín Maalouf, autor de “León el Africano”. Rafael fue también, uno de los principales artífices en la reconciliación de Granada, con la familia de García Lorca tras décadas de disputas en tomo a la figura del poeta. Su generosidad sin límites propició ese acercamiento, pues no hay que olvidar, que, durante varias décadas, la familia de Federico prohibió, entre otras cosas, que sus obras se representaran en Granada. SIN PERDER LA PERSPECTIVA Rafa, perteneció en el Senado a las comisiones de, Justicia, Trabajo, Suplicatorios y la Especial de Investigación, sobre los trabajadores españoles emigrados en Europa, le preocupaba especialmente, la estabilidad de éstos últimos, y el régimen de sus pensiones al volver a España. Su pertenencia a Comisiones Obreras, no era una militancia vacua, todo lo contario, desde los asesinatos de sus compañeros laboralistas en Atocha, él había reforzado su vocación y militancia, siempre con la mesura y el diálogo más exquisitos, lo que le diferenciaba de otros líderes de la izquierda política y sindical de la transición, que incluso presumían de su catetez, incultura y rudo proceder, para así aparentar que eran más de izquierdas, que quién hablaba desde la educación. Sin levantar la voz, y de traje y corbata, Rafael Carlos Fernández-Píñar y Afán de Rivera, era esa persona coherente con sus ideas, que no renunciaba a sus planteamientos éticos, que siempre defendió al ser humano por encima de todo, demostrando que, para llegar hasta allí, no había que llevar alpargatas rotas, vaqueros deshilachados, y camisas sudadas de semanas. Sin duda era el gentleman de la izquierda política y sindical de Granada, cuyo sector facha e involucionista, nunca le perdonó que, habiendo nacido en alta cuna, se hubiera convertido en azote de conservadores recalcitrantes, impermeables a la libertad y la democracia. Después de conceder los premios del concurso de carnaval, nos fuimos a tomar algo al cercano Pub El Bajel, en Sos del rey Católico. Cuando vieron entrar a “Quisquete” con una chilaba, hablando en árabe con Rafa, casi no nos sirven. Intercedió por nosotros una líder local del partido popular que vivía encima. Mujer de mucho carácter y amabilidad, se unió al grupo, y entre risas y coplillas carnavaleras, salimos de allí cuando el sol nos daba en la cara. Rafa Píñar, que sepas que voy tras de ti, deseando alcanzarte en la próxima curva, amigo.

jueves, 30 de agosto de 2018

DOÑA PEPITA BUSTAMANTE

DOÑA PEPITA BUSTAMANTE Tito Ortiz.- A su virtuosismo como pianista, unía unas dotes extraordinarias para la docencia, y un trato humano con sus alumnos, que le rendían respeto y admiración por igual. En tiempos de un debilitado Conservatorio, fue el apoyo imprescindible para lanzar carreras pianísticas de notable trayectoria. Me contaban sus alumnos, que doña Pepita, como se la conocía popularmente, de haber querido salir de Granada, hubiera conseguido un prestigio internacional notorio, no solo como concertista, sino, como profesora de piano. Había en ella, una simpatía, un rigor y una humanidad, que no era frecuente encontrar en otros profesores, que tenían la enseñanza del instrumento por castigo, al no haber alcanzado reconocimiento a su labor interpretativa. Pero éste no era el caso de doña Pepita Bustamante, que asombraba a todos por sus enormes cualidades, que no dudó nunca en sacrificar, por su amor a la tierra alhambreña y a su familia. Un entorno que le daba sentido a su vida, y por el cual sacrificó una trayectoria de mayores vuelos, bien segura, pero su vida privada tiró siempre más, y para suerte nuestra, se quedó aquí, abriendo teclados, mentes y caminos, a una juventud estudiosa que veía en ella un referente a imitar y perseguir. MAGNO HOMENAJE Corría el invierno de 1979, cuando Dámaso García Alonso, alma máter de Juventudes Musicales en Granada, me arrinconó en la pequeña barra del local en la segunda planta de Campillo Bajo 32, y junto a tonelillo de vino de la tierra de Paco Píter, me dijo: Tienes que hacerme un favor importante. Yo le dije sin dudar, ¡dispara! Porque a Dámaso yo no le podía negar nada. Tienes que presentar el homenaje que estamos organizando, junto a la Universidad y otros músicos a Pepita Bustamante. Yo le respondí: Me tienes que sobornar. Y él me respondió ¿de cuanto estamos hablando? Y yo le respondí: Otro vino del tonel, que está de muerte. Él contestó: Que sean dos. Brindamos, y así cerramos el trato. Así que el cinco de diciembre, toda la Granada musical estaba en el Aula Magna de La Facultad de Medicina, para rendirle un más que merecido homenaje a doña Pepita Bustamante. Aquella joven que en plena carrera de éxitos, cuando mayor proyección tenía como concertista, fue nombrada profesora del Conservatorio Victoria Eugenia, por su director, entonces, nada más y nada menos que, Ángel Barrios. Contamos con actuaciones de quienes habían sido sus alumnos, y por el escenario pasaron, María del Pilar Cabrera, Ricardo Rodríguez Palacios, y virtuosos de otros instrumentos también. El gran Ariel Villada, Pablo Gómez, José Luís Hidalgo, Javier Herreros, José Palomares, el coro infantil, “Sagrada Familia” bajo la dirección de la madre, Encarnación Espadafor. Dori Ferrer, Ramona Herrero, y puso el colofón el Coro de El Salvador, con Ángel y Estanislao Peinado. TARDE DE EMOCIONES En el intermedio, Ramón Jurado Rodríguez, presidente de Juventudes Musicales, le entregó a Pepita Bustamante una placa conmemorativa de aquel día inolvidable para todos los presentes. Y el secretario de la entidad musical, Dámaso, un ramo de flores. Toda la Granada musical abarrotó el recinto. Lágrimas, aplausos interminables y alegría en todos los presentes que no eran otros que la máxima representación de la Granada musical de la época. La homenajeada, a punto estuvo de no poder soportar tantas muestras de cariño, pero la ocasión y ella lo merecían. Había nacido en 1906 y su carrera fue tan fulgurante, que ya en 1932, el Centro Artístico, Literario y Científico le rindió homenaje de admiración y respeto a su trayectoria. Mantuvo una estrecha amistad con Manuel de Falla, cuya casa de la Antequeruela visitaba con frecuencia. En aquellos años, fue una de las primeras y pocas mujeres que, ingresaron en la Real Academia de Bellas Artes, Nuestra Señora de Las Angustias. Su prestigio a nivel nacional siempre fue notorio. Durante su madurez interpretativa, Pepita tocaba todos los palos, que diría un flamenco, pero donde ponía en pie al auditorio, era al interpretar a los nacionalistas, algo que inculcó a todos sus alumnos y alumnas. Quién mejor la puede describir es, la gran pianista granadina, Maribel Calvín, con quién he tenido la suerte de hablar en muchas ocasiones de ésta maestra incomparable del piano. Maribel es otro referente, más joven, de esa época dorada y, a la vez, sacrificada, del piano en Granada, que también ha tenido la suerte de pasear los mejores escenarios del mundo y con las mejores orquestas. Siempre dije y mantengo, que la exitosa continuación de doña Pepita, la tiene Maribel en sus manos. Esa “rubia”, como su marido y mi maestro Kastiyo, la llama, es también acreedora de homenaje, a cargo de la Granada musical. ¿”Pa” cuando?

miércoles, 29 de agosto de 2018

TEATRO EN EL PASEO DE LOS TRISTES

TEATRO EN EL PASEO DE LOS TRISTES Tito Ortiz.- Durante decenas de años, era habitual montar un escenario sobre las aguas del Dauro, en el Paseo de Los Tristes, y, sobre todo, en Corpus, que pasaran por sus tablas los mejores artistas del momento, actores, cantantes, y flamencos. La Compañía Tirso de Molina, Mocedades, Alberto Cortés o Antonio Mairena, eran de los habituales bajo la Alhambra iluminada. Desde niño, mis padres me llevaron a ver las actuaciones del Paseo de Los Tristes. Recuerdo asistir al concierto de la diminuta, Jeanette, o a veladas de flamenco con los más grandes, presentados por Rafael Gómez Montero. Aquel escenario era el foco de atracción para las grandes actuaciones del Corpus, cuyos protagonistas utilizaban como camerinos, las habitaciones del hotel Reuma, plagado de cuentos y leyendas para todos los gustos, y que el resto del año permanecía cerrado a cal y canto, con fantasmas en su interior que daban alaridos y arrastraban cadenas. En más de una ocasión, hubo algún artista consagrado, que actuaba en el Festival Internacional de Música y Danza, y al coincidir éste con las actuaciones del Corpus, se quejó de que el sonido del Paseo de Los Tristes, llegaba hasta Los Arrayanes o Carlos V. En ese paraje sin igual vi a genios como Terremoto, Dexter Gordon, o Charo López, que desde entonces cautivó mi corazón. Aquel escenario, también quedaba instalado, hasta que se celebraban las fiestas del barrio de San Pedro, a finales de junio, para que toda la actividad vecinal se llevara a cabo sobre el. COMPAÑÍA TIRSO DE MOLINA Hace cuarenta años, La Compañía teatral, Tirso de Molina tampoco faltó a su cita con el Corpus en Granada, y puso en escena dos obras de Miguel Mihura: Maribel y la Extraña Familia, y al día siguiente, La Bella Dorotea. Dos preciosidades para reír y divertirse, que es lo que pega en Corpus. El reparto estaba encabezado por la genial, María Guerrero, ya en pleno declive, hasta el punto de que en algún momento de la representación se oía más al apuntador que a ella, pero iba acompañada por el acreditado, Fernando Delgado y una incipiente Charo López, que después rompería con todas las barreras de la interpretación, tanto en cine, teatro y TV. Completaban el reparto, Irene Daina, Alfonso Orrico, Carlos Pereira, Carmen Carro y Carmen Vidal, con Manuel Manzanaque como director, y una azafata de Un Dos Tres, que hacía sus pinitos en el teatro, llamada, Victoria Abril. La noche discurría en escena por todo lo alto, pero se había presentado una noche de esas fresquitas en Granada, hasta el punto de que cuando en el intermedio, pasé tras los decorados para intentar la entrevista con los protagonistas, me encontré a Charo López, frotándose los brazos de frío y castañeteando los dientes. Le ofrecí la chaqueta de mi traje previsor y conocedor de las madrugadas veraniegas de Granada, que no dudó en aceptar mientras charlábamos bajo la Alhambra en pleno cambio de decorados e iluminación. LOS OJOS DE CHARO La mirada de Charo López, cuando le puse sobre los hombros mi chaqueta, no me la he podido quitar de mi mente en cuarenta años. Su amabilidad, sencillez, aderezada con una sonrisa permanente mientras contestaba a mis preguntas, son medallas de las que une presume durante la carrera periodística. Mientras que Fernando Delgado declinó mi invitación a charlar unos minutos, élla, genio de la interpretación hispana donde las haya y por mucho tiempo, no dudó en atender a un periodista de provincias, entre tiritones y llamadas a escena. Algo impagable que me tiene con una deuda eterna hasta que me muera. La gran Charo López, concediéndome una entrevista, que luego, además tuvo la oportunidad de prolongar por escrito, desde el hotel de su siguiente parada en la gira, algo que me tiene a sus pies desde entonces. Era la noche del 29 de mayo de 1978, la luna encima y bajo ella, una Alhambra encantadora, que embrujaba el ambiente, en un lugar de privilegio, ¿qué más se podía pedir? CORREO ORDINARIO Yo quedé con Charo, en pasarle el resto de mis preguntas que excedían de los minutos de un descanso en el Paseo de Los Tristes, por escrito y a la dirección del hotel de su próxima parada, que si no recuerdo mal era por la vieja Extremadura. Yo cumplí lo prometido, pero lo más inesperado es que ella también. Jamás imaginé que mis preguntas por escrito tuvieran respuesta de aquella gran dama de la escena, y menos de su puño y letra. Cuando llegué aquella tarde a la redacción de Patria, y el conserje me dio la correspondencia a mi nombre, de entre todos los sobres, sobresalía por su grosor, uno apaisado con el membrete de un hotel. En varios folios, de esos que todos nos encontramos en el escritorio de un hospedaje, contestaba una por una mis preguntas, a mano, con una caligrafía espléndida y entendible. Querida actriz, mi gratitud eterna.

martes, 28 de agosto de 2018

TAL DÍA COMO HOY

TAL DÍA COMO HOY Tito Ortiz.- Recién estrenada la década de los ochenta del siglo pasado, bajaba Reyes Católicos con mi padre, hablando de toros como siempre, cuando vi que se desviaba en ángulo por la acera, a la altura de López Mezquita, para saludar a alguien, mientras me decía: Te voy a presentar a un amigo que pasará a la historia. Se estrecharon las manos, me presentó y, orientamos nuestros pasos a la cafetería “ La Crema” en la calle Estribo, frente al Restaurante Sevilla de mi amigo Juan Luís Álvarez, cuya historia tiene tanto que ver con el mundo de los toros. Y a eso voy, porque tal día como hoy, hace setenta y un años, en la Plaza de toros de Linares, Islero, de la ganadería de Mihura, acabó con la vida del torero que aún hoy no ha sido superado. Se llamaba Manuel Rodríguez Sánchez, y el mundo lo conoce para la historia como, Manolete. Pues aquel día 28 de Agosto de 1947, el hombre que acababa de presentarme mi padre, mientras el bueno de Manolo, nos servía unos refrescos, comenzó a contarme una historia que entonces pocos conocían. Tenía ante mí a un amigo de Manolete, pero a uno de esos que se hacen para toda la vida, porque cuando se comparte trinchera, ese lazo es para los restos, y ellos lo habían hecho en el frente, concretamente en, El Carpio. Me lo contaba un hombre, con poco pelo blanco, estrecho bigote canoso y traje oscuro con corbata, de hablar contundente y persuasivo. Era Juan Sánchez Calle, que la tarde de la tragedia en Linares, era cabo de la Policía Armada, y estaba de servicio en el callejón de la plaza. Antes del paseíllo, había tenido la oportunidad de hacerse una foto con su compañero de armas en la contienda del 36, y nada hacía sospechar lo que ocurriría en menos de dos horas. Cuando Islero le da la cornada mortal a Manolete, aquel hombre que me contaba con emoción contenida todos los detalles de la tarde, fue corriendo a la enfermería siguiendo el reguero de sangre que dejaba el torero y temiéndose lo peor, antes de que los médicos alarmados comenzaran a gritar pidiendo sangre, para trasfundir al Califa del toreo, Juan ya se había quitado el correaje y la guerrera, gritando que la suya era del grupo universal, así que le pusieron una camilla junto a la de Manolete y comenzaron a meterle su sangre al torero, directamente de un brazo a otro. Le sacaron casi medio litro, y don Álvaro Domecq le preguntó, si en caso necesario podía donar más, a lo que el amigo de mi padre y ahora ya, también mío, contestó que sin dudar. De esta manera, la primera sangre que recibió Manolete tras la mortal cogida, era de aquel hombre que ahora tenía ante mí, y cuya historia contaría algún día. Ese día es hoy. La pena fue, que aquel gesto que hubiera bastado para salvar la vida del torero, por una serie de circunstancias concatenadas hacia el infortunio, incluida la administración a Manolete, de un plasma caducado sobrante de la segunda guerra mundial, no hicieron más que allanar el terreno para que la parca, a eso de las cinco y siete minutos del día 29 de agosto de 1947, entrara por aquella habitación del Hospital linarense, para llevarse al torero a lo más alto de la historia y de la gloria. Fue un honor conocer al primer hombre que dio su sangre para salvar a Manolete, y me lo contó junto a la Capilla Real, tal día como hoy.

CUARENTA AÑOS SON NADA

CUARENTA AÑOS, SON NADA Tito Ortiz.- La música está en élla, en esa niña que hace cuarenta años, nos dejó boquiabiertos en su debut como concertista de piano. El salón de actos del Centro Artístico, Literario y Científico de Granada, fue testigo del acontecimiento, en el que una morena rotunda, con el Sacromonte en sus enormes ojos, y toda la poesía de Talismán en sus venas, llamaba a las puertas de los elegidos, diciendo… estoy aquí. Conste que en Juventudes Musicales ya lo barruntábamos, porque sabíamos de sus buenas aptitudes y actitudes ante el teclado, asunto éste muy comentado por sus profesores en el conservatorio, y en los círculos musicales de la ciudad alhambreña. Azucena Fernández Manzano, criada en el Peso de La Harina, entre zambras maternas y poemas paternos, no obtuvo el premio fin de carrera en el conservatorio por casualidad. Y aunque todos la veíamos con un gran futuro muy prometedor como concertista de piano, ella iba más allá y perfeccionaba con la gran Rosa Sabater, o el incombustible Joaquín Achucarro, y abordaba la composición, la investigación musical y hasta la dirección de orquesta, algo que hace cuatro décadas, estaba en manos masculinas desde la noche de los tiempos, pero esta mujer capaz, llegó a fundar y dirigir con éxito, la Orquesta de La Biblioteca de Madrid. En los años ochenta, es una directora de orquesta muy popular en Austria, donde sus actuaciones son televisadas, y casi desconocida en su Granada del alma, porque aquí ya se sabe, que en yéndote fuera, es como si desaparecieras del mapa, a no ser que te saquen en Sálvame Diario, Naranja o Limón, da igual, pero que te saquen, o tus paisanos te darán por muerto. PRIMER CONCIERTO Aquella tarde de abril de hace cuarenta años, con un lleno hasta la bandera en el Centro Artístico, Azucena dio su primer concierto en público, abriéndolo con una primera parte “chopiniana”, en la que destacaron el Nocturno nº2 opus 9 y el Póstumo en Do sostenido. Al descanso llegamos con el corazón encogido por el entusiasmo, y por lo bien que le estaban saliendo a las cosas a una jovencísima pianista, que a partir de entonces ya podía andar por los circuitos con soltura y solvencia interpretativas. En la segunda parte interpretó, Murmullo del Bosque de, Braungart, un preludio de Raschamaninoft, Asturias de Albéniz y Andaluza de Falla, que, por cierto, Azucena dedicó ésta última partitura, a la sobrina del inmortal gaditano, Maribel Falla, que estaba presente en la sala asistiendo a su debut como pianista. El éxito fue tal, que tras la protocolaria entrega de un ramo de flores al final, la pianista fue obligada por el entusiasmo de los presentes a sentarse de nuevo al teclado para ofrecer unos bises, moneda de uso corriente en la Granada de la época, en la que Juventudes Musicales y la Cátedra Manuel de Falla, se repartían la organización de los eventos musicales clásicos, compartiendo socios, incluso. Aquello no era más que el principio con buen pie, de una carrera que iba a estar jalonada, en adelante, no solo por su labor como concertista de piano, sino por la faceta de directora de orquesta, elogiada por sus profesores, Polo, o Enrique García Asensio, en España y fuera con Rozhdestvenski, o en el Conservatorio S. de Viena con J. Kalmar. MOZART LA HA RESCATADO Me ha sorprendido que, para muchos, su participación en el ciclo de Mozart, ideado por Miguel Sánchez Ruzafa, haya sido un descubrimiento para unos y una sorpresa para otros. Pero por lo visto, la única ventaja de lucir canas, es la de haber vivido en primera persona acontecimientos históricos, de los que mientras el señor Alzheimer siga sin aparecer, mi memoria promete ir dando cuenta en éstas páginas de Ideal, para general conocimiento de la nuevas generaciones y recordatorio de las antiguas. Sepan aquellos que no estén al corriente, que Azucena Fernández Manzano, hasta 1.991 ofreció más de cien conciertos, representando a España en el Festival Internacional de Orquestas Jóvenes. Participó en la grabación de ediciones sonoras del Ministerio de Cultura, en la colección “Páginas inéditas del folklore español”. Siendo numerosos los premios obtenidos a lo largo de su carrera musical, así como sus actuaciones en conciertos, bien como solista o como intérprete de música de cámara. Ha realizado diversas grabaciones para RNE y RTVE, actuando con la Orquesta de RTVE en el Teatro Real de Madrid. En 1.996 dirigió en la Mezquita, a la Orquesta Sinfónica de Córdoba, en el estreno mundial de la “Cantata Albaycín” compuesta por L. Bedmar y dedicada a “Talismán”, su padre, poeta y escritor de la tierra. Hace diez años, participó en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, en concierto- homenaje a Rosa Sabater, su amiga, maestra y mentora, y así podríamos ir desgranando un currículum, que desgraciadamente para muchos, es una sorpresa y sorprendente. Cosas de Graná.

lunes, 27 de agosto de 2018

EL SALVADOR

EL SALVADOR Tito Ortiz.- Mezquita Mayor del Albayzín, que en sus cimientos guarda el testimonio de civilizaciones más antiguas, la Iglesia de El Salvador, hubo un tiempo en que era el motor de un pueblo anterior a la Alhambra. Incendiada meses antes del golpe de estado, a principios del siglo XX, acogió la fundación de la Hermandad del Vía Crucis, decana de la semana santa de Granada. En la Iglesia de El Salvador se casó mi tío, el pintor Rafael López Marín, que había nacido en un Carmen de la placeta del Rosal, y vivía en el Carril de La Lona, por cuya cuesta, una noche le vieron correr tras de su suegra, empuñando un alfanje moro encontrado en el jardín de su casa, con intenciones de quitarle las ganas de interferir en el matrimonio que mantenía con su hija. Me contaron que la señora se salvó, porque alcanzó con rapidez inusitada, la tienda de encurtidos que Julio tenía en la Cuesta de la Alhacaba, y éste la escondió en una mesa de camilla donde tenía el brasero. Cuando mi tío, buen paisajista y mejor retratista, entró enfurecido preguntando por ella. Entonces era normal, encontrar en cualquier casa cercana a la muralla, algún resto arqueológico de máximo interés, que en tiempos de hambre, no llegaron a exhibirse en las vitrinas de casa. Y en esa Iglesia de El Salvador, en su placeta exterior o en su patio interior bellísimo, eran frecuentes las conversaciones que mantenía con el vecino, Manuel Benítez Carrasco, ilustre poeta que después cruzó el charco, para engrandecer las letras granadinas. LUGAR DE LA HISTORIA En 1501 recibió el título de 'Nuestro Salvador' por el cardenal Cisneros, que consagró al culto cristiano y la convirtió en parroquia. Su fundación como colegiata en el año 1527 tuvo por objeto el adoctrinamiento de la población morisca, cuya rebelión provocó el empobrecimiento de la institución y la reducción del proyecto arquitectónico original. El resultado fue un edificio a mitad de camino entre la tradición mudéjar y un clasicismo severo de estilo herreriano. Sirvió de culto hasta el último tercio del siglo XV, pero fue demolida por su avanzado estado de ruina y reducidas dimensiones. Las obras del nuevo templo fueron trazadas por el arquitecto Juan de Maeda en el año 1565. La construcción concluyó en 1594 con la nave central. En 1775 un terremoto obligó al desalojo de los canónigos y a mediados del siglo XIX se firmó la extinción de la colegiata. SEMANA SANTA DE NUESTRO SIGLO Y en esta iglesia del corazón albayzinero, se fundó en 1917, la hermandad decana de nuestra semana santa, la de Jesús de La Amargura, y nuestra Señora de Las Lágrimas, cuyas andas y posteriores pasos fueron construidos por los trabajadores de la fábrica de pólvoras de El Fargue, que también aportaban su banda de música para el recorrido, salpicado de saetas, porque consistía en salir de madrugada, realizando la catorce estaciones del Vía Crucis, camino de San Miguel El Alto, donde había que llegar con las claras del día. Ni que decir tiene, que éste recorrido tenía uno de sus puntos álgidos, al pasar bajo el arco de la Puerta de Fajalauza, en cuyos muros y a todas sus alturas, se apostaban meritorios cofrades revestidos con trajes de romano, lanza en mano, dándole al cortejo un complemento muy interesante. Ni que decir tiene que el Albayzín no dormía esa noche, ni sus tabernas se cerraban, así que los escándalos y desmanes fueron tan a tener en cuenta, que la autoridad eclesiástica no dudó en prohibir el vía crucis, y la hermandad comenzó un exilio que, la tuvo albergada durante muchos años, en la mismísima Catedral Lo dijo muy bien, Pepe Ladrón de Guevara, en su pregón a las hermandades del Albayzín: Los que en febrero de 1936, le metieron fuego a nuestra iglesia de El Salvador, no eran extremistas de izquierda, eran pobres analfabetos, ignorantes, que veían en ese hecho execrable, su única salida a la frustración de un momento político. Yo los catalogué de cabestros incultos, desde la impotencia de ver reducidas a cenizas, obras de arte, independientemente de su significado religioso. Me consta que en las filas de los anarquistas, siempre hubo gente en contra de estos actos, culta y formada claro, sabedores que con la quema de iglesias no se solucionaba nada, sino, todo lo contrario. Pero los ignorantes exaltados, siempre llevan una botella de gasolina en el bolsillo, aunque ahora la han cambiado por pintura en espray contra nuestros monumentos. Hay que implantar la trazabilidad, en la venta de estos botes asesinos del patrimonio.

domingo, 26 de agosto de 2018

TORRENTE BALLESTER EN GRANADA

TORRENTE BALLESTER, EN GRANADA Tito Ortiz.- El autor de, Los Gozos y Las Sombras, vivó en el Hotel Alhambra Palace, una situación inusitada, impensable teniendo en cuenta la importancia y valoración de su obra literaria, en una España que reconocía su éxito y movía hilos para solicitar el Nóbel, como reconocimiento a su genial trayectoria. Se quejaba – y con razón – Gonzalo Torrente Ballester, que a esas alturas de su vida, fuera a pasar a la historia por haber sido el autor, de una obra adaptada posteriormente para TV, y que obtuvo el mayor éxito imaginable de la época. Hombre adusto, de justas palabras, hablar pausado y volumen exacto, se consideraba descolocado en el tiempo, como si hubiera nacido más tarde que sus coetáneos ideológicos, y éste mundo no fuera el suyo, sino, el de otros. Ni mejor ni peor – argumentaba – pero no el suyo. Con el toque justo de misoginia, al igual que sus compañeros de generación, no era un abanderado de la igualdad femenina, ni de los derechos de las mujeres, pero tampoco se posicionaba en las trincheras del machismo más recalcitrante. El tratamiento que en sus obras dio a los personajes femeninos, pasa por el costumbrismo de su tiempo, y por los tópicos, aunque eso no los hace fáciles ni muchos menos. Muy al contrario, las mujeres de su obra, siempre tienen atractivos matices, y líneas caracterológicas de una contundencia literaria sin igual. El gran escritor al que solo le faltó el Nóbel, obtuvo por méritos propios entre otros, los máximos galardones de la literartura como el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, y el Nacional de Narrativa. GOZÓ Y SUFRIÓ CON EL RÉGIMEN Antes del estallido de la Guerra Civil Española, viajó a París con intención de realizar su tesis doctoral y allí le sorprendió el golpe de Estado. Tras dudarlo, regresó a España en octubre, para estar con su familia. Desde el autobús que le llevaba a casa vio en las cunetas cadáveres de víctimas de la represión. Su padre exclamó a modo de saludo: «¿No sabes que han fusilado a muchos de tus amigos?». Siguió la recomendación de un sacerdote de su confianza y se afilió a la Falange. En 1962 firmó un manifiesto en defensa de los mineros asturianos en huelga, lo que le costó perder su puesto de trabajo en la Escuela de Guerra Naval y sus colaboraciones como crítico en Radio Nacional, y Arriba. Publicó "La Pascua triste", última parte de la trilogía "Los gozos y las sombras". En 1963, la escasa acogida de su Don Juan, y su pelea con la censura por defender esta obra, le desanimaron de la escritura. Pero esa rabieta le duró poco. Después vinieron auténticas obras de arte en la literatura. ALHAMBRA PALACE Anuncióse la llegada a Granada del prócer de la letras gallegas, con la intención de presentar nueva obra y conferenciar en torno a ella, para lo cual, la prensa fue citada a la hora del atardecer, junto al piano del recibidor del hotel alhambreño, y allí estábamos a la hora acordada, una media docena de periodistas locales, número excesivo entonces, si tenemos en cuenta que aún no existían las televisiones locales ni autonómicas, ni Radio Nacional de España tenía instalaciones en Granada. Nos fueron acomodando en unos incómodos sillones, en derredor de un sofá que todo el mundo soslayaba a la hora de elegir asiento, presumiendo que al estar en el centro y frente a los demás, sería el sitio donde sentaría el escritor. Apareció don Gonzalo. Traje gris marengo cruzado, zapatos negros, corbata oscura y camisa blanca, más sus inconfundibles gafas, de gruesa pasta y cristales ahumados casi negros. Se acomodó, cruzó una pierna sobre la otra y dijo: Cuando ustedes quieran. Todos los periodistas nos miramos, y al ser todos varones, a excepción de una compañera de medio escrito, nuevo y pasajero, con un gesto le brindamos la oportunidad de que hiciera la primera pregunta. La compañera apretó el bolígrafo sobre la libreta que sostenía y espetó con voz altanera: Don Gonzalo, ¿a qué edad comenzó usted a pintar? Aquello retumbó en el salón del hotel, como si hubiera explotado un obús, nosotros nos quedamos enmudecidos de pavor, y don Gonzalo, ajustándose la gafa a la nariz por la patilla, nos dijo sin mirarla a ella: ¡Señores, la rueda de prensa ha terminado! Se levantó y dirigió al ascensor y en ese momento que me estaba recuperando del pasmo, salté y corrí hasta la puerta que sujeté con una mano, mientras le imploraba: Perdónela don Gonzalo. La chica es novata de un medio escrito que también lo es. Yo le ruego que nos permita entrevistarlo, discúlpela, pero nosotros conocemos su obra y trayectoria, y sabe dios cuándo volverá usted por aquí, se lo ruego vuelva al sofá. El ofendido escritor, volvió a ajustarse la gafa a la nariz, ésta vez con el dedo índice sobre el puente, y dijo mirando al suelo: Lo hago por usted. No soporto la incultura. Al verme regresar con él, los compañeros respiraron hondo. Al pasar junto a ella, yo la miré y puse mi dedo índice en vertical sobre mis labios, lo entendió, porque permaneció muda durante toda la rueda de prensa. Finalizada ésta, el viejo escritor, se levantó, me dio la mano, la levantó para despedirse del resto, y dirigió de nuevo sus pasos hasta el ascensor. La información estaba salvada. Lo celebramos con una cerveza, en el kiosco de madera pintado en verde, que había frente al hotel, brindando entre carcajadas por el autor de Los Gozos y Las Sombras.

MI PRIMER AMOR

MI PRIMER AMOR Tito Ortiz.- Existe una etapa en la vida de toda criatura humana, en la que los amores imposibles, ocupan nuestra mente y quién sabe si también nuestro cuerpo. Tuve un amigo que me llevaba a los “Almacenes Vázquez”, de la placeta del Lino, no solo para ver la primera escalera mecánica que se instaló en Granada, sino para observar dentro del escaparate, una maniquí, que lo traía sin sueño. Al parecer era la única mujer que le permitía observarla sin decirle nada, y no le interrumpía en sus pensamientos ante ella. Lo había intentado con alguna de carne y hueso, pero no lo dejaban concentrarse, y lo mismo le soltaban una fresca, que se reían de él, o simplemente, decían algo que no venía a cuento, acabando con un momento de silencio extraordinario, en el que disfrutar de la contemplación de la persona amada. Mi amigo me confesó, que se pasaba las horas muertas observándola al otro lado del cristal, me comentaba la ropa que lucía la semana anterior, y si la cambiaban de escaparate. Él la perseguía como un sabueso, hasta encontrarla, adorable y permitiéndole la contemplación en silencio, mientras él soñaba escenas cotidianas en casa los dos solos, con una música de fondo que pudiera ser de Los Ángeles Azules. Al poco tiempo vi en el cine un peliculón de Pedro Olea, con Carmen Sevilla y José Luís López Vázquez, que se llama: “No es bueno que el Hombre esté Solo”, y entonces comprendí a mi amigo, dejando de pensar que se estaba volviendo chaveta. LA NIÑA DEL TINTE Andaba yo preparando mi ingreso en bachillerato, cuando me dio también por fijarme en las grandes carteleras sobre las fachadas de los cines, y en aquellas mujeres tan atractivas. Tanto, que me convertí en un especialista, y criticaba a los pintores de entonces, dependiendo de si sacaban guapas a las chicas, o por el contrario, no las favorecían en absoluto. En Granada hubo grandes cartelistas, especializados en representar a gran tamaño a los protagonistas de las películas sobre las marquesinas de los cines, hasta el punto de que eran reclamados en otras provincias para llevar a cabo su trabajo, que no era nada fácil, porque se trataba de llevar a un tamaño grande de varios metros, el rostro de un actor o una actriz, y que se pareciera todo lo posible. Pero a lo que vamos, que yo también pasé por una racha de enamoramiento imposible, de una niña muy atractiva, con un peinado de ensueño y una faldita corta, muy mona. Cada vez que tenía unos minutos libres, y sin que nadie me acompañara para no tener que dar explicaciones, me plantaba en la fachada de la droguería que hacía esquina a las calles, Ceiti merien y Joaquín costa, para admirar desde la acera, debajo de ella, a una niña pintada en un cartelón de lata, y que anunciaba unos tintes para la ropa, con una expresión que a mí me transportaba al paraíso. Junto a ella, un señor feo con la boca apaisada que anunciaba un limpiametales. PÓSTER Ya como alumno de bachiller, mis gustos cambiaron y fui evolucionando. Ahora de quién estaba más enamorado que una burra en primavera era de, Ann Margret, mi adolescencia la tuvo grabada a fuego en mi mente y mi corazón. Coleccionaba los prospectos que anunciaban sus películas y recortaba sus fotos de las revistas de actualidad, pero soñaba con tener un póster de ella y ponerlo a todo lo largo en mi dormitorio. Nunca pude comprar uno de ella porque aquí no los vendían, pero me las ingenié para hablar con el acomodador de “El Canuto”, y una vez que dejó de proyectarse una de sus películas, gracias a mi insistencia, me guardó el cartel que la anunciaba en la vitrina de la calle, y aunque algo desgastado, con cuatro chinchetas lo clavé en mi dormitorio, para que ella y solo ella, fuera la última cara que vieran mis ojos antes de dormir, y la primera al despertarme. Lloré como una magdalena, el día que volví de clase, y una mano asesina, carente de sentimientos, había descolgado, arrugado y tirado a la basura, el póster de mi gran amor, porque había que blanquear el dormitorio. Durante días le retiré el saludo a toda la familia, y lloré de rodillas junto al cubo de la basura. Cosas de adolescente, dijeron, pero todavía no me he recuperado de aquella tragedia.

viernes, 24 de agosto de 2018

"EL PASO" RENACE EN GRANADA

“EL PASO” RENACE EN GRANADA Tito Ortiz.- Escogieron Granada para reaparecer. “El Paso”, grupo de artistas plásticos e intelectuales de los años cincuenta, que en 1960 decidieron desaparecer de la escena, por sentirse utilizados por el régimen político, dada su imagen de modernidad al exterior, reaparecieron en 1978, en el Banco de Granada. Me consta que, en la decisión de volver a la escena artística como grupo, tuvo gran peso la opinión de uno de sus componentes, el pintor granadino, Manuel Rivera. Junto a los buenos auspicios del director de la sala, Miguel Ángel Revilla Uceda, y la del también pintor, Miguel Rodríguez-Acosta y Calström, sin cuya intervención, Granada no hubiera gozado de la muestra más importante de aquellos años. En la sala de exposiciones del Banco de Granada, se vio por primera vez lo que era el arte vanguardista de la España de los cincuenta. Recuerdo mi emoción, aquella mañana anterior a la inauguración, en la que, en rueda de prensa, menos el fallecido Millares, con la asistencia de su viuda, pudimos preguntar a los artistas que habían significado, el rompimiento plástico con la España de la posguerra. La voz rota y aguardentosa de Viola, contrastaba con la serenidad en la dicción, de Antonio Saura, hermano del director de cine, que, acompañado en todo momento por una diosa de ébano, paseaba solemne por las instalaciones. Tal vez porque jugaba en casa, Manolo Rivera, se mostraba más extrovertido, más atento y simpático, que el resto de los asistentes, que protagonizaban casi treinta años más tarde, el afloramiento de una vanguardia plástica, escondida durante mucho tiempo. NACE “EL PASO” El Paso, es fundado por Antonio Saura, Manolo Millares, Manuel Rivera, Pablo Serrano, Canogar, Luis Feito, Juana Francés y Antonio Suárez, con los críticos Manuel Conde y José Ayllón. Más tarde se incorporaron Manuel Viola y Martín Chirino. Se dio a conocer públicamente en febrero de 1957, a la manera vanguardista, con Boletín, declaración de principios. La vida del grupo fue breve, tres años, pero muy productiva. Su objetivo era sacar al país de la atonía artística en que estaba inmerso, de la atmósfera plásticamente superada, y vigorizar el arte contemporáneo español, consiguiendo un mercado para los artistas, galerías, marchantes, críticos y revistas, que no existía. En Granada colgaron cuadros, Viola, Millares, Canogar, Feito, Francés, nuestro paisano Rivera, Chirino, Serrano, Saura y Suárez. A las siete de la tarde del día 24 de enero de 1978, en la sala de conferencias del Banco de Granada no cogía un alfiler, pues a los medios granadinos, se unieron a la rueda de prensa, compañeros venidos de medios nacionales e internacionales. “El Paso” en Granada fue el acontecimiento de la época. Los autores del “informalismo” `plástico, que en los años cincuenta habían desbancado al resto de las vanguardias, para convertirse en los pioneros de un nuevo concepto artístico en Europa, estaban en Granada, y acompañados de su obra. Fue como un regalo de modernidad, en una ciudad anquilosada en su estética artística. LOS ARTISTAS HABLAN Antonio Saura, fundador del grupo al que le puso nombre y manifiesto, nos dijo: Es necesario lograr una comunicación activa, a través de una estructuración más consciente, donde toda libertad, todo éxtasis y toda violencia, no estén excluidos, sino facilitados. En aquellos tiempos, escuchar esto en boca de un pintor en Granada, era como ciencia ficción. No le fue a la zaga, Manuel Viola, que me contó, que: El arte se ha convertido en un acampo de batalla, en el cual se dirime el porvenir moral e intelectual del hombre. Escuchar esto de un pintor, cuando uno estaba acostumbrado a oírlos en esta ciudad, lo bonitos que eran sus paisajes y sus bodegones, fue como un abrir ventanas y ventilar la casa, cerrada desde hacía mucho tiempo. Que Rafael Canogar me dijera que: Ya no me sirve la idea de realizar una obra de arte. Necesito el impulso de una pasión que me irrite y me convulsione. Pues esto, oído así de sopetón por una eminencia en el arte, era como zarandear una encina y que comenzaran a caer las bellotas. Nuestro paisano, Manuel Rivera, añadió: Yo creo en el milagro, después de ser consumado por el hecho de mi propia obra. Esto lo decía un Manolo Rivera, que ahora se expresaba con telas metálicas, que había pintado los frescos del teatro Isabel La Católica, y que más tarde diseñaría la baranda del nuevo puente sobre el Genil, que le encargó, José Miguel Castillo Higueras, desde su autoridad municipal y artística. En la Granada plástica, la historia de las exposiciones quedó desde entonces dividida, en, un antes y un después, de la exposición que el Banco de Granada nos trajo, junto a los protagonistas vivos del grupo “El Paso”. Le pregunté a Manuel Viola y me dijo:

miércoles, 22 de agosto de 2018

DIÓGENES

DIÓGENES Tito Ortiz.- Éste pasado invierno, se han cumplido cuarenta años de la primera exposición de poemas en Granada. Tuvo lugar en el Pub Estudio Prieto’s, de la calle Alhamar, teniendo como protagonistas a un puñado de jóvenes entusiastas, que se reunieron durante años bajo el paraguas de “Diógenes”. Antes de la navidad de 1977 se fundó en nuestra ciudad “Diógenes”, formado por un ramillete de hombres y mujeres amantes practicantes de la poesía, que, con gran ilusión, querían salir a la palestra y que su obra fuera conocida. Para la primera puesta en escena, escogieron el pub de Juan Prietos, frente al bar de su padre en la calle Alhamar, que ya venía sufragando la exposición – sin ánimo de lucro por su parte – de pintura, dibujos, fotografía, y otras artes como la magia, que hasta allí llevó el gran Aparicio, hombre capaz de combinar sus trucos de mano con los poemas más hermosos. Pronto el local se hizo con una clientela multidisciplinar, que atendía fiel a cada llamada de presentación de libros o conferencias y audiciones, en su primera planta. Se daban cita gentes tan diversas como los “hipees “ del momento, los yeyés, o el mismísimo “Pepiniqui”, amigo personal de García Lorca, junto a “Miguelón” o su inseparable, José María Garrido Lopera, junto con el vecino de al lado, Aurelio López Azaustre. POEMAS COLGADOS Aquel febrero de 1978, como forma original de exhibir los poemas, frente a la lectura habitual de otros actos, los escritos se enmarcaron, y como si de una pintura se tratara, se fueron colgando por las paredes del local, con gran éxito y repercusión mediática. “Diógenes”, lo formaban entonces, Antonio Auñón, que también pintaba, Germán Ramírez, Julia, Zangróniz, Jesús Ramos, alma máter del proyecto, Concepción Sánchez y Águeda Rodríguez. Tenían su sede en la plaza de Fortuny número uno, y al tiempo que se daban a conocer, citaban en esa dirección a todo aquel que quisiera unirse al proyecto con sus escritos. De aquel acto, salió la propuesta de hacer su puesta de largo en unos meses en un colegio mayor de Granada y editar un libro con poesía popular, para el que todos buscaban patrocinio. Todos los poemas colgados se editaron en un folleto que ellos mismos sufragaron, con la portada pintada por Auñón, y el diseño de Alfredo Curiel, coordinador de la sala. Curiel, era gran actor y director de teatro, ligado a Manuel de Pinedo en principio, y después a Juventudes Musicales, y allí dejó su sello personal como hombre de la cultura abierta al mundo, hecho que ratificó durante la presentación del acto. EN LA MADRAZA Por aquellos años, yo solía compartir mesa a la hora de comer, con “Pepiniqui”, en “Casa Carmelo”, de la calle de La Colcha, en una especie de comedor cueva que había al fondo del local. Aún no he podido olvidar el sabor de sus pimientos rellenos, los mejores de la comarca. El 15 de Diciembre de 1979, cuando llegué, el pequeño de los Rosales ya estaba en la mesa, incluso ya me había pedido el tinto con sifón con el que ambos comíamos. Le conté que esa tarde, en La Madraza, se presentaba de largo el grupo, “Diógenes” que el año anterior él había visto nacer, así que acordamos que asistiría al acto, y así lo hizo. Ocupó uno de los incómodos bancos del salón de Caballeros XXIV, pero al final, como siempre. Yo me senté a su lado, y nos reímos mucho al pensar que al finalizar, yo no tendría que salir pitando, porque por una vez, me había tocado cubrir un hecho que se producía junto a mi periódico, Patria. Alfredo José María Curiel Aróstegui y de La Plata, tomó la palabra para presentar la primera publicación del grupo, “Diógenes, laboratorio poético” argumentando que los protagonistas, eran un punto de unión entre un pasado necesariamente triste y oscuro, a un presente y futuro que debía manifestarse con la amplitud y validez que el tiempo exigía. “Diógenes” trabajaba en dos vertientes. Una puramente crítica en base a una formación poética sobre autores consagrados, y otra, sedimentada en el trabajo puramente imaginativo y libre de cada uno de los componentes. Pretendiendo con ello, la auto proyección literaria del grupo, y en enlace directo, la posible difusión y conocimiento de una poesía popular, no populachera. Al ser todos autodidactas, se reflejaba cierta influencia de poetas como, Lorca, Machado o Alberti. Resaltó Curiel, la enorme inquietud investigadora de los componentes, admitiendo que si bien, los trabajos no sorprenderían a especialistas y eruditos, si que podían ayudar mucho a lectores interesados en repasar aquellos sucesos que pasaban desapercibidos, en duros días de renacer y revivir falleciendo. Finalizado el acto, “Pepiniqui” Rosales y yo, nos tomamos un tinto en el Sevilla, y yo me subí a escribir la crónica.

DANIEL BARENBOIM EN CARLOS V

DANIEL BARENBOIM EN CARLOS V Tito Ortiz.- Éste pianista y director de orquesta argentino, nacionalizado español, israelí y palestino, es el único ser sobre la tierra, que sigue utilizando la música para unir a los pueblos, como lenguaje universal de paz y concordia. La West-Eastern Divan Orchestra, es su mejor trabajo como aportación antibelicista. Llegó Daniel Barenboím al Festival Internacional de Música Y Danza hace ya varias décadas, con el marchamo de gran pianista, y mejor director de orquesta, y en aquella primera visita suya en el programa del veterano acontecimiento, nos ofreció sus dos mejores versiones. Una noche con la batuta y otra con un gran cola. Fue mi jefe, José Antonio Lacárcel, el que me echó por delante y me dijo que tenía que conseguir una entrevista con el gran músico. Yo lo había intentado por todos los medios, pero no había forma de acercarse a él, así que intenté lo imposible, y me salió bien. En el descanso de su primer concierto, cuando nadie osaba molestar al divo de la música, oculto tras los enormes cortinajes carmesí del patio de Carlos V, no me lo pensé dos veces. Cuando todo el mundo salía despavorido a fumar a la puerta, yo dirigí mis pasos al cortinón pegado al escenario, y tras el, descubrí a un Daniel Barenboím que deambulaba con la cabeza agachada, tal vez memorizando la segunda parte de su recital, porque lo hacía sin partitura. Yo me dije: Si lo incomodo, lo único que puede pasar es que llame a la policía, y raro será que si vienen no me conozcan, después de llevar siete años haciendo la sección de sucesos en Patria y La Hoja del Lunes, así que me armé de valor, me acerqué en actitud reverente, le dije quién era, que necesitaba una entrevista suya para no ser despedido de mi trabajo, y amablemente aceptó. A veces lo que sospechas que no vas a conseguir nunca, es lo más fácil que te ocurre. Los que se creen personajes, son los que más se hacen de rogar. Los que lo son, la experiencia me dice que son más normales de lo que sospechamos. AL SERVICIO DE LA PAZ Solo un genio como Daniel Barnboím puede tener la gran idea de formar una orquesta con músicos de países y religiones encontradas en pie de guerra, y que sea una hermosa realidad, que sirve de ejemplo a todo aquel que quiera aportar algo a la tranquilidad entre civilizaciones opuestas. West-Eastern Divan Orchestra, es una utopía, la ilusión de un sueño hecho realidad, que cada año recobra vida, en un campo minado, no solo por las bombas que explotan, sino por las que carcomen la mente de intereses inconfesables que, mantienen en el tiempo los conflictos bélicos, jugando con material sensible como son, las vidas humanas. Desde su creación, la Orquesta West-Eastern Divan ha actuado en numerosos países de Europa (España, Alemania, Reino Unido, Francia, Suiza, Bélgica, Turquía, Italia y Portugal) y de América (Estados Unidos, Argentina, Uruguay y Brasil). En agosto de 2003 la orquesta tocó por primera vez en un país árabe con un concierto en Rabat, Marruecos, y en 2005 dio su primer concierto en un país de Oriente Próximo al ofrecer una actuación en la ciudad Palestina de Ramala. ANDALUCÍA Y GRANADA En julio de 2004 se constituyó en Sevilla la, Fundación Pública Andaluza Barenboim-Said, materializándose así la propuesta realizada por el gobierno andaluz al músico, Daniel Barenboim y al intelectual Edward Said. Con el establecimiento de la sede de la Fundación y de la Orquesta West-Eastern Divan en la capital hispalense se inició un apasionante proyecto que constituye, desde entonces, todo un referente internacional en la conciliación entre culturas. Creemos en el valor de la música clásica como herramienta educativa que ayuda a los niños, y también a mayores, a reconocerse, expresarse y sociabilizarse. Dicen los fundamentos de ésta organización que trabaja por la paz, asiendo como única herramienta para conseguir sus fines, la interpretación musical, aprovechando que su lenguaje no necesita traducción y es entendible en todo el mundo. La grandeza de éste proyecto y su vital importancia, se me antoja que todavía no ha sido suficientemente valorado y reconocido, por propios y extraños. La genialidad de Daniel Barenboím y Edward Said, al poner este arriesgado proyecto en marcha, hacen posible creer todavía en el ser humano y su posible salvación intelectual y moral. Me consta el amor y la pasión que Barenboím siente por Granada, por su belleza monumental, y estrategia geofísica. Son varias las ocasiones que el genial músico ha vuelto a la ciudad de su Alhambra, para desarrollar su trabajo, expandiendo su arte musical sin límites, aunque algo me dice que esta orquesta y su fundación, necesitan un empujoncito para seguir adelante con una labor que muchos tacharon en su día de locos, pero que hay que reconocer, que el mundo es de ellos.

martes, 21 de agosto de 2018

EL VISILLO

EL VISILLO Tito Ortiz.- Como periodista viejo, a veces siento la sensación de que me convierto en ese personaje simpático de José Mota, llamado “La Vieja El Visillo”. Me veo al otro lado de la ventana, descorro suavemente el visillo hacia un lado, y veo mi infancia, a los que ya se fueron, a los que fueron algo y ya no lo son, y a los que no eran nada y ahora son mucho. Suelto el visillo, que pendulea y vuelve a taparme por completo la visión de entonces. Veo la realidad actual, pienso algo poco original y es que ningún tiempo pasado fue mejor, y ahora casi todo es distinto, con más gente, y más modeneses. Ya no hay que ir a por el agua al aljibe, cae del grifo. No hay que preparar el brasero porque le das a un interruptor y está la calefacción o el aire acondicionado. Vuelvo a levantar el visillo, y veo amigos militando en el SEU, el sindicato de estudiantes de entonces, me recuerdo entrando a su caseta en el Corpus del Paseo del Salón. Más tarde los veo en la, Academia Nacional de Mandos de Madrid, donde algunos se hicieron grandes deportistas, instructores y divulgadores de unos valores dirigidos desde arriba. Era lo que se llevaba en la época, si querías ser algo en la sociedad del momento y tener un futuro. Algunos no vieron más allá, pero otros espolearon su mente y se prepararon para una España, que, a partir de noviembre de 1975, necesitó de amplias reformas, para alcanzar un régimen democrático y han sido artífices, o lo son, de grandes gestas jamás sospechadas. Los viejos, ya lo dice Joan Manuel Serrat, nos convertimos en fantasmas con memoria, y eso a veces molesta, pero la historia está ahí, y alguien tiene que contarla, procurando no faltar a la verdad. No se trata de desenterrar viejos cadáveres y ponerlos encima de la mesa, sobre todo, cuando me temo que, ahora que algunos quieren cambiar a los muertos de sitio, eso no valdrá para sanar nada, sino todo lo contrario. Esta revisión continua y perpetua de la historia, alarga indefinidamente las agonías, y así no hay forma de morirse en paz. He “superado” un cáncer, tengo una miocardiopatía congénita y el colesterol por las nubes. Eso y una vida de lo más común – socialmente hablando – me permite opinar a cerca de ciertas cosas que, a interés de parte, se magnifican en demasía, como si aquí fuéramos a estar eternamente. Hay quienes actúan así, yo los conozco, y a esos yo les recomiendo un paseo por las tanatosalas de nuestro cementerio, o lean las esquelas de Ideal, antes de ocultar o aparentar lo que no se es, porque puedo asegurarles, que de la vida… también se sale, y a veces demasiado pronto. Nos comportamos como si la naturaleza creadora nos pudiera tener aquí eternamente, y las notas necrológicas nos advierten firmemente de todo lo contrario. No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, gracias a Dios. Uno es lo que es, con su pasado incluido, y no tenemos porque gustar a todos, pero si hay algo que está en nuestras manos. Pasar por el mundo sin meterle el dedo en el ojo a nadie, ya es estar en el buen camino, y yo pido perdón ya de ante mano a todos aquellos a los que por acción u omisión se hayan podido sentir así por mi culpa. Quiero irme de aquí con una sonrisa en la cara, que, a la hora de amortajarme, quién lo haga piense que me acaba de contar un buen chiste. No hay nada mejor para el tránsito entre una vida y la otra. A Caronte, que le pague el siguiente.

DOMINGUEROS

DOMINGUEROS Tito Ortiz.- En quellos años sesenta, cincuenta pesetas te daban derecho a un asiento de escay, en un autobús con baca, cortinas de cretona para el sol, y un cenicero en cada respaldo. El destino era la playa de Las tres erres en Motril, o la del Peñón en Salobreña. La aventura comenzaba por ir el lunes anterior a la barbería de Agustín, en la calle de Elvira, y apuntarte en la lista de los excursionistas, acoquinando el importe del recibo. Si lo hacías el martes o el miércoles lo mismo ya no había plazas. El barbero organizador alquilaba un autocar, que cada domingo partía a las seis de la mañana hacia la costa granadina, alternando semanalmente las playas, entre las que se incluía la de Almuñécar. El madrugón para hacer un viaje de dos a tres horas, se complementaba con unos termos de café o chocolate, del que la familia iba bebiendo, y dando un pellizco a la rueda de tejeringos que se compraba antes de embarcar, en “Pepico” de la calle La Colcha. Para bajar los churros al estómago, el chófer paraba en la fuente de Ducal, para que todos bebiéramos y llenáramos la garrafa, para tener agua en la playa, sobre todo para los chiquillos. A partir de ahí, ya se entonaban las canciones populares: Para ser conductor de primera, acelera, ace… ¡Qué salude el conductor! Grito de guerra que no cejaba hasta que, el pobre soltaba el volante y levantaba la mano, entonces todos a aplaudir y contentos. La siguiente parada se hacía en Vélez de Benaudalla, donde los valientes se tomaban una copilla de anís, y los demás compraban sus acreditados pestiños, otros se hacían “una palomica”, o sea, le echaban agua con hielo al anís, y para dentro. Las mujeres un Mari Brizar que era más dulce, los hombres del Mono y los temerarios, seco. Nada más subirnos de nuevo al autocar, tocaba vomitar en los caracolillos de Vélez, antes de entrar en el túnel de La Gorgoracha, que una vez traspasado te permitía divisar el tan ansiado mar. EN LA PLAYA Habían pasado tres horas y ya estábamos allí, en la playa de las tres erres, junto a los depósitos de la aceitera, y el desagüe de los darros, con abundancia de ovnis flotantes. Las cañas de la zafra también flotaban, pero todo se daba por bueno si ya estabas en la playa, todo un privilegio comparándolo con los que se habían quedado en el Albayzín, soportando el calor, y que luego rabiarían de envidia cuando les contáramos nuestra aventura de domingueros. Después de los ahogadillos de rigor, tocaba la hora de comer, bajo aquel chambao que mi padre había fabricado, buscando cuatro cañas, enterrándolas hasta la mitad en la arena para que no se las llevara el viento, y en cada punta, había anudado una esquina de la vieja colcha que mi madre guardaba todo el año en un baúl, para éstos menesteres. Bajo su sombra comenzaba el ceremonial de una comida en familia, aderezada con la arena de la playa al soplar poniente. De una fiambrera de aluminio, con más bollos que la escupidera de un loco, pues era con la que mi padre había hecho la mili en Ceuta, sacaba una tortilla de patatas, que había permanecido oculta, bajo una capa de pimientos verdes fritos. Un manjar, que se complementaba con unas tapas de queso manchego que, habían viajado en un papel gris satinado, del que ahora caían gotitas como de aceite, mientras el queso parecía querer despegar, pues todas sus esquinas apuntaban al cielo. Las rodajas de salchichón se habían hecho una pieza, imposible de separarlas por las buenas, y la sandía que habíamos enterrado en la arena para que, estuviera fresquita a la hora de comer, mostraba su carne jugosa llena de incómodas pepitas, a una temperatura de huevo al baño de maría o directamente escalfado. PIPIRRANA Después del madrugón, lo suyo era roncar en el autobús de regreso hasta la plaza de La Mariana, donde nos dejaba. Luego san Matías arriba con los chiquillos dormidos en brazos y así hasta el barrio, soportando los alaridos de las criaturas, que sin protección alguna se habían expuesto a los rigores del sol, lo que daría paso a unas espaldas despellejadas, llenas de “roales” como un cementerio lunar. Menos mal que mi abuela siempre nos esperaba con su pócima bendita y reparadora. La abuela Juana, aguardaba nuestro regreso playero, con un tazón, igual que los que utilizaba para ponerles las mariposas encendidas a las ánimas benditas del purgatorio. Pero para la ocasión el contenido era una mezcla de aceite de oliva, con vinagre de Jerez, y un terrón de hielo que había desgajado del cuarto de barra que estaba en la nevera. Nos tumbaba en la cama y, nos restregaba por la espalda achicharrada aquel calducho, deslizando el hielo por la zona, y aquello era mano se santo, pómulos, nariz, las corvas, rodillas. Allá donde el sol nos había castigado sin piedad, la abuela nos dejaba su pócima refrescante, y así, y solo así podíamos dormir sin dar alaridos. A la mañana siguiente, como nuevos, esos sí, echando un pestazo a pipirrana, de agárrate y no te menees, pero curados con el mejor aftersun del mundo, made in Albayzín.

lunes, 20 de agosto de 2018

FRENTE A LA ALHAMBRA

FRENTE A LA ALHAMBRA Tito Ortiz.- Nunca la suspensión de un ballet por la lluvia en el Generalife, dio paso a tanto disfrute y conocimiento. Maurice Béjart nos trajo a Granada lo más moderno de la época, y nos dejó su arte, y hasta a su primer bailarín, Víctor Ullate, que se enamoró de ésta tierra de embrujo. Hace cuarenta años que el Ballet Siglo XX de Maurice Béjart se presentó en el Festival Internacional de Música y Danza, para traernos un repertorio muy acorde con los tiempos que vendrían después. Su innovador concepto de la danza clásica hacía de su ballet un precursor vanguardista de una plasticidad inigualable para la época. Como primer bailarín venía presidiendo el elenco, Víctor Ullate, sin duda, una de las aportaciones hispanas más preclaras de todos los tiempos, junto a su esposa la gran bailarina, Carmen Roche. Quiso el destino, que aquella noche lloviera más que cuando enterraron a Zafra, y la sesión tuvo que ser suspendida. Pero la generosidad de Béjart fue tan grande, que, al día siguiente, nos permitió a los periodistas acreditados asistir a una clase magistral y ensayo de lo que veríamos por la noche en el escenario de los cipreses. Ver a Carmen Roche, como primera maestra del Ballet Siglo XX, hacer ejercitar en el escenario a los componentes de la compañía, fue algo impagable, grabado en mi mente hasta el día de hoy como si hubiera sido ayer. Observar las instrucciones de Béjart a los suyos, algo inenarrable, como ver calentar a Víctor Ullate, antes de dar rienda suelta a su interpretación. Se necesitan tres vidas para aprender lo que yo aprendí, y de los más grandes del momento, sobre la danza y sus expresiones. SAN JUAN DE LOS REYES Durante mi adolescencia y primera parte del servicio militar, vivimos en la parte más estrecha de la calle San Juan de Los Reyes. Era un Carmen de gran patio de entrada con fuente en el centro, y con la Alhambra frente a ti, te pusieras donde te pusieras. Yo la saludaba todas las mañanas, con el mismo cariño y ceremonia que Juncal, lo hacía con La Maestranza sevillana. El Carmen lo compartíamos varios vecinos entre otros, la dependienta más guapa que hay en la pastelería, El Sol, junto con el torero, El Extremeño, padre del multipremiado bailaor, Manuel Liñán, y su tía la cantaora, Curra Arroyo. En el Carmen había arte para dar y regalar. Más arriba, vivía mi amigo Carlos, componente de “Los Ángeles”, que nos daba envidia con su biplaza deportivo rojo, y una manzana más allá, Juan Antonio Cuevas Pérez, “El PIki”, cantaor de raza y profesionalizado con espléndido futuro. Serían como las dos de la mañana, cuando se comenzaron a escuchar las bocinas de los coches despertar al vecindario, y alguien pronunciaba mi nombre a voces, al tiempo que hacía sonar la campanilla de la puerta del Carmen. Era el Piki que reclamaba mi colaboración para algo a lo que ya estábamos acostumbrados. Otro extranjero despistado, que no había visto a la entrada de San Juan de Los Reyes, la prohibición de hacerlo si el coche medía más de uno ochenta de ancho. La cola de coches y conductores iracundos llegaba ya a la cuesta del Chapiz, y lo peor no era eso, el asunto es que había que desencajar el Citroën Tiburón, que no iba ni para atrás ni para adelante. ULLATE EN MI CARMEN Como en tantas otras ocasiones, el Piki y yo, saltamos al techo del alargado coche, y con dos palanquetas, que ya conservábamos para estas ocasiones tras la puerta, comenzamos, él por un lateral y yo por el otro a, destrozar el vehículo, abollándolo de tal forma por las puertas delanteras, que los cristales saltaron en mil pedazos, los retrovisores fijos también, hasta que, en un francés de bachillerato en los escolapios, le dije al beodo guiri que acelerara marcha atrás. Los plausos que nos llevamos el Piki y yo fueron inolvidables, pero ya estábamos acostumbrados. Eso de que, de madrugada, un extranjero que bajaba de las cuevas del Sacromonte se empotrara contra mi casa, era una cosa que solía ocurrir a razón de media docena al mes. Nunca supe si el francés lloraba más, por la alegría de haberlo desatascado de la calle traidora, o por lo que le habíamos hecho a su coche, que no tenía perdón de dios. Los años que viví allí, fueron de destrozar coches con el consentimiento del dueño, algo inaudito en circunstancias normales. Yo me mudé a la calle de San Matías, y con el tiempo, el Carmen donde los coches se empotraban, me dijeron en el barrio que, fue ocupado por alguien que, en una noche de tormenta en el Generalife, se enamoró de Granada, el bailarín y coreógrafo, Víctor Ullate, del ballet del Siglo XX que hace cuarenta años vino a nuestra ciudad dirigido por un genio llamado, Maurice Béjart.

domingo, 19 de agosto de 2018

LA ARGENTINA

LA ARGENTINA Tito Ortiz.- En la esquina de la calle Navas con la del Gozo -nunca mejor dicho- no ha mucho tiempo existió una cafetería pastelería llamada, “La Argentina”, donde el flamenco de la ciudad de La Alhambra, contó con uno de sus hervideros, encabezado por su alma máter, Pepe, para los nativos, “El de La Argentina”, de quejío sobrio y académico. Al olor de su buen café, y el sabor de sus extraordinarios pasteles, se reunían en el lugar, no solo los parroquianos degustadores del buen yantar, sino los aficionados flamencos de fino olfato, junto con los artistas del momento. Convocaba sin cita previa, un cantaor cabal donde los hubiera: Juan José Ruiz Martín, “Pepe El de La Argentina”, nacido en nuestra ciudad a principios de los años cuarenta, en plena posguerra, que ya en su niñez escuchó cantar en casa a su madre y, a un hermano de ésta, llamado Miguel, por lo que él fue cogiendo ese hilo y haciendo ya sus primeros pinitos en el cante, con el nombre artístico entonces de, “Pepe de Granada”. El local era frecuentado por todo aquel que era algo en el mundo flamenco de Granada, siendo muy frecuentes las improvisadas tertulias flamencas, en torno a un buen pastel y una copa de anís, de las que salían posibilidades de ganar parné durante la noche, ante la llamada de algún señorito de postín, para un cuarto de los cabales en cualquier venta de los alrededores, compartiendo un pollo con ajos y un porrón de vino con gaseosa. TRAYECTORIA Pepe, fue siempre un admirador confeso, de sus contemporáneos, Antonio Núñez “Chocolate”, y su tocayo, Fernández Díaz, “Fosforito”, aunque él había bebido en fuentes granadinas tan acreditadas, como las de Manuel Celestico Cobos, “Cobitos”, compañero de fatigas de Frasquito Yerbagüena, Victorino de Pinos, o el acreditado, Pepe Albayzín. Al casar el gran cantaor, Juan Varea nacido en Castellón, con la bailaora sacromontana, Carmen Amaya, la presencia de éste consagrado en nuestra ciudad es muy habitual, de ahí que ambos entre en contacto y teniendo ya Varea compañía propia, fichó Al de La Argentina, para acompañarlo en largas giras por toda Europa, que se prolongaron en el tiempo y dieron paso a grabaciones con discográficas internacionales. Fue multipremiado y reconocido por su arte, quedando para el recuerdo aquella grabación de 1972, con motivo del cincuentenario del Concurso de Cante Jondo de Lorca y Falla. Un disco en el que los guitarristas, “El Bene”, Antonio Torres, y Francisco Manuel Díaz, acompañan a Pepe, junto a, Curra Arroyo, - tía del bailaor granadino más acreditado del momento, Manuel Liñán- en un elepé de la época, titulado “Canta Granada”. Pepe murió a principios de este siglo, dejando memoria indeleble de buen aficionado, que es lo más importante para un flamenco. MANO A MANO En la barra de su cafetería “La Argentina”, compartíamos Enrique Morente y yo un medio día, ambas manzanillas- de las de carterita – con un chorreoncito de aguardiente, y hablábamos de sus proyectos en los madriles donde ya estaba afincado. En el transcurso de la conversación, Enrique me confesó como la picardía del omnipotente, Antonio Mairena, lo había sorprendido y su ingenuidad, caído en la trampa. El de Mairena del Alcor, por entonces casi un dios, le pidió que en privado le cantara la “soleá apolá del Niño de Jún “. Enrique lo hizo y en su póstuma grabación, el todo poderoso Mairena, haciendo gala de un desahogo sin igual, la grabó como propia, en su disco, “El Sabor de Mis Recuerdos, como, “Soleá de Charamusco”. Salimos de la cafetería y, dirigimos nuestros pasos al bar “Provincias”, donde Enrique se sentía como en familia. Hablamos de lo bonito que sería cantar un mano a mano entre él, y Camarón de La Isla, presentado por mí, algo inédito hasta entonces, y la verdad es que los dioses lo permitieron. Con el tiempo ese mano a mano se organizó en la vega de Granada, y la noche que tenía que celebrarse, calló más agua que cuando enterraron a Zafra, hasta el punto de que hubo de aplazarse a la semana siguiente, pero en vista de que el cielo no daba tregua y para no suspender más, el magno espectáculo se celebró en la parte cubierta de la piscina Neptuno. Cuando salí a presentar aquella noche, a los dos monstruos del flamenco de entonces, pensé que era un buen momento para retirarme de ese menester, porque ya había tocado techo. Ya había presentado a los más grandes de mí época. Salió por delante Enrique Morente, ante un auditorio repleto de incondicionales a Camarón, venidos de varios países extranjeros para la ocasión, con la retranca de esperar al payo a ver que ocurría con su quejío. Cuando Morente cantó por tangos y bulerías, vi como algunos “camaronianos” se rompían la camisa y ellas la saya. En ese mano a mano, ganó el de casa, que jugaba como local.

sábado, 18 de agosto de 2018

PALACIO MUSICAL DE LOS CAICEDO

PALACIO MUSICAL DE LOS CAICEDO Tito Ortiz.- Muchas de nuestras casas nobles granadinas, de no haberles dado una utilidad pública, ya habrían desaparecido. Es verdad que su mantenimiento y adaptación a las necesidades docentes, casi siempre van descabalgadas en el tiempo, pero son joyas que debemos conservar. No todos los conservatorios de España son Reales, solo el nuestro y el de Madrid. Y tampoco tienen la suerte de albergar sus enseñanzas en un palacio como el que nos ocupa, construido avanzado el siglo XVI como la casa de Los Rueda, y dos más tarde, ya en manos de Luís Beltrán de Caicedo y Solís, primer Marqués de Caicedo. Pasados los años, y para no perder esta joya, aquí se instaló el Instituto de Enseñanza Media de Granada, después la Facultad de Farmacia, y por fin, avanzado el siglo XX, el Real Conservatorio Superior de Música “Victoria Eugenia”, título que solicitó, Isidoro Pérez de Herrasti, Conde de Padul, y que le concedió el rey Alfonso XIII, al inicio de los felices años veinte. El camino para llegar hasta este palacio ha sido tortuoso y lleno de instalaciones provisionales, como las que yo conocí en Condes de Gabia o, la calle de Las Tablas. Recuerdo los esfuerzos de Dámaso García Alonso, y Julio Marabotto Brocco, entre otros, por lograr una sede digna para la enseñanza musical en Granada, topándose una y otra vez, con el mirar hacia otro lado de la administración. NADIE QUERÍA SABER NADA Soy consciente de que instalar aire acondicionado o calefacción en un edificio histórico es una odisea, a veces insalvable, y aunque esto que relato no lo justifique, recuerdo en aquellas sedes itinerantes de mi juventud, como se daban clases en crudo invierno con los guantes puestos, o con estufas eléctricas traídas de casa por alumnos y profesores. En 1967, dicen que la administración va a resolver el problema, argumentando unas obras de restauración cortas, para las que ni siquiera se saca el mobiliario, pero once años más tarde las obras seguían empantanadas, y su director, Julio Marabotto, cansado de llamar a las puertas que nunca se abrían. En 1978, el edificio de la Institución Riquelme que ocupaban provisionalmente sale a subasta y deben abandonarlo a la mayor brevedad, además de que habían tenido que cerrar aulas por un derrumbe a causa de las lluvias. Los suelos cedían y las paredes se agrietaban. En ese tiempo transcurrido, las obras del palacio que se presupuestaron en cuatro millones y medio de pesetas ya iban por veinticinco millones, a lo que había que añadir los destrozos en el mobiliario docente, incluidos la pérdida de instrumentos por causas de las obras, con pianos inservibles, entre otros. LA ESPERANZA TRUNCADA Les mantenía la ilusión de que una vez finalizadas las obras, anexo al palacio se estaba construyendo un auditorio con el que todos soñaban, y confiaban en los buenos auspicios del entonces Rector de la Universidad, Antonio Gallego Morell, que no cesaba de hacer gestiones en Madrid para acabar con el calvario de nuestros futuros músicos y profesores. En aquel mes de junio de 1978, había venido a Granada para asistir al Festival Internacional de Música y Danza, el recién nombrado Comisario General de Música, Jesús Aguirre, en quién tenían puestas todas sus esperanzas. Con tal motivo, un grupo de profesores de nuestro conservatorio, encabezados por su director, Marabotto Brocco, fueron a cumplimentarlo y a comunicarle su deseo de que, tras once años, las obras finalizaran y pudieran retornar a su centro, pero cuando estaban a tan solo unos metros de él, el máximo responsable de la música en España se negó a recibirlos, advirtiéndoles que, para eso, tenían que solicitar cita a su secretaria en Madrid. El jarro de agua fría, helada, los dejó sin palabras y se dieron educadamente la vuelta cabizbajos, pensando en como le iban a contar aquel bochornoso espectáculo a los más de mil alumnos matriculados ese curso, aunque las solicitudes casi habían duplicado esa cantidad, pero no había sitio donde cobijarlos. Nada más que en piano y guitarra, había más de setecientos matriculados, entonces. Algo bueno saqué de aquella entrevista con el desesperado director del conservatorio hace 40 años. Durante todo el tiempo que estuvimos hablando, en sala contigua, Susana Mederer, se estaba examinando de quinto curso de piano, con una interpretación extraordinaria de Albéniz. Julio me despidió con estas palabras: Seguiremos enseñando música, aunque nos obliguen a hacerlo, sin más techo que el cielo, y sin más silla que una piedra. Todo sea por la música y por la estupenda cantera que hay en Granada. La historia de nuestro Real Conservatorio nunca ha sido un camino de rosas, y si no, se lo preguntaremos a Ángel Barrios, lo más tarde posible, eso sí, que lo dirigió en años trágicos para España.

viernes, 17 de agosto de 2018

CAMELAMOS A MARIO MAYA

CAMELAMOS A MARIO MAYA Tito Ortiz.- Su baile comenzó en el Sacromonte, y con el, recorió el mundo varias veces. Su casa de Nueva York, fue parada y fonda de muchos españoles que por allí pasaron y con su creatividad, supo complementar al bailaor con el coreógrafo, gracias a las enseñanzas, entre otras, de su maestra, Pilar López, hermana de La Argentinita. Nunca me expliqué, como podía salir como si tal cosa, de aquel BMW Z4 biplaza, del que a mí me costaba un mundo apearme. Cada vez que me decía: Vamos en mi coche, a mí me entraban los sudores de la muerte, porque si difícil era entrar en el bólido plateado descapotable, lo de salir era jugarse las vértebras y las rodillas. Muchas veces para evitarle la triste escena de verme salir a gatas de su coche, yo le decía: Anda tira tu delante que, te sigo en mi moto. Eran los tiempos en los que yo era su jefe de prensa, y él dirigía su escuela para profesionales en la Chumbera. De puntualidad prusiana, Mario llegaba a las instalaciones a las ocho de la mañana. Nunca pude adelantarme. Por mucho que yo corría, cuando subía a la placeta mirador, Mario ya estaba esperándome mirando fijamente la Alhambra, imaginando mil coreografías para el interior del monumento nazarí, una por patio, decía. Tito, es tan bella, que tengo en mi cabeza un baile distinto para cada estancia de ese recinto, algún día lo haré y tú lo contarás. DEL SACROMONTE AL UNIVERSO Mario Maya Fajardo, granadino nacido en Córdoba, porque como se sabe, los granaínos nacemos donde queremos, comenzó siendo un niño a bailar en las cuevas del camino de la Abadía, donde su madre, Trinidad Maya, “La Rana”, trabajaba en la cueva de “La Rocío”. Hace ahora 65 años, ya había pateado Madrid y bailado para el gran Manolo Caracol. En la segunda mitad de los años cincuenta, comienza a tomar clases de doña Pilar López, junto a otros artistas como, Antonio Gades o “El Güito” saliendo de gira internacional con la hermana de La Argentinita, de la que siempre guardó un hermoso recuerdo, no solo de lo aprendido con ella, sino de su educación exquisita, el trato recibido y la apertura de mente al mundo flamenco por venir. Con ese acento neoyorkino, sacromontano y musicalidad mexicana, Mario me contaba como eran las clases con doña Pilar, donde la disciplina y el rigor artístico estaban por encima de todo. De sus parejas de baile siempre me mostró admiración. “La Chunga”, Rosa Durán, María Baena, o Carmen Mora, fueran algunas de las mujeres con las que realizó coreografías para el recuerdo. El año 1965, ya le coge asentado por mucho tiempo en Nueva York, donde sus actuaciones se cuentan por éxitos, y como en el inolvidable pasodoble, “En Tierra Extraña”, su casa se convierte en la parada y fonda de, todos los amigos y artistas que pasan por la capital estadounidense. REGRESO A ESPAÑA A su regreso, nota que aquí el rotundo éxito obtenido en el extranjero no parece haber tenido mucho eco, así que forma compañía y comienza de nuevo, como si nada hubiera pasado. Es a mediados de los años setenta cuando le llega el reconocimiento a su trabajo de coreógrafo con el estreno de la obra, “Camalemos Naquerar”, del profesor de la Universidad, poeta y escritor gitano, Pepe Heredia Maya, cuyo argumento se basa en la persecución histórica y reivindicación del pueblo gitano. La suerte le sonríe de nuevo, cuando después monta junto a la bailaora, Carmen Cortés, el “Ay Jondo” de Juan de Loxa, con la que recorren el mundo una vez más, cosechando éxitos por cada actuación. Durante el tiempo que tuve responsabilidades en la edición del programa “Flamenco’s”, de Canal Sur TV, fui un día a entrevistarle a su casa sevillana del barrio de Triana. Quedamos a eso de la hora del aperitivo. Cuando llegué con el equipo de televisión, en el portal de aquella casa noble, ya se escuchaba de fondo de manera nítida, la 40 sinfonía de Mozart. Nos abrió la puerta y entramos a un patio con más de quinientas macetas, que él, descalzo y en bañador estaba regando personalmente con una regadera metálica de las de toda la vida. A la derecha tomamos asiento en su estudio personal, con cientos de libros apiñados en mesas y estanterías, discos de música clásica de todos los autores, en grabaciones de vinilo de la Deutsche Grammophon. Tanta cultura en un artista flamenco no era habitual. Hablaba dos idiomas, conocía a Platón y todos los clásicos, la lectura le apasionaba, incluida la contemporánea, y en sus brazos y sus pies atesoraba el arte más puro del baile flamenco, con el que recorrió el mundo en varias ocasiones, sin reclamar nunca la recompensa. Era un señor, de los pies a la cabeza.

jueves, 16 de agosto de 2018

EL CLUB LARRA

EL CLUB LARRA Tito Ortiz.- Para entender la transición política en Granada y completar su estudio, es imprescindible contar con la participación de “El Club Larra”. Un lugar de encuentro, una especie de ateneo libertario, en el que las ideas políticas, la nueva cultura y la vanguardia del arte, se dieron cita sin censura, para ventilar una Granada apolillada. Durante mi infancia en los bajos del Club Larra se confeccionaba, “La Goleada”, una hojita que, por dos reales, te permitía saber, una vez terminados los partidos de fútbol el domingo, cuál era su resultado, la clasificación y la quiniela. ¡Ha salido “La Goleada, ¡con la victoria del Granada!, pregonaban los chaveas que la vendían por las calles, para cuyos puestos había lista de espera, porque en un par de horas, te ganabas unas pesetillas para la semana, y eso no era moco de pavo en aquella época. Precisamente allí estuvo mucho tiempo el patronato de Apuestas, pero en este lugar de la Plaza de Los Campos, junto al Cuarto Real de Santo Domingo, en este edificio que siempre estuvo ligado al nombre del emperador, tuvo sus instalaciones el Club Larra. “El Larra”, como le decíamos los periodistas, significó en el segundo lustro de los años setenta, un soplo renovador de aire fresco, con las ventanas abiertas a todo lo venidero. Un lugar maldito para la Granada tradicionalista y de la jons, que llegó incluso a encargar misas desagravio, en la iglesia de Nuestra Señora de La O, cuando se enteró de que el diablo con cuernos y tridente, o sea, Santiago Carrillo, venía a dar una conferencia a su salón de actos. La actual comisaría, era la sede de la OJE, y allí ensayaba su banda juvenil de música. En la esquina de la calle del Rosario, tenía su tienda de electrodomésticos y fotografía, José María Caballero, responsable de la Falange Española en Granada. Un Montefrieño, con el que charlé muchas veces en presencia de Pepe Campos de España, mi amigo y compañero de la COPE, que militaba en la CNT, y que mantenía cordiales charlas con Caballero, que nunca rehusaba el diálogo. También fui testigo de alguna conversación de éste con, José García Ladrón de Guevara, entonces en las filas clandestinas del PSP de Tierno Galván, compañero de Ideal, y con el que coincidí en muchas ocasiones en el Club Larra. HACE CUARENTA AÑOS En 1978, “El Larra” comienza a funcionar significando un auténtico revulsivo en el panorama cultural y político de una Granada ñoña y anquilosada por la dictadura. Los abogados, Jerónimo Páez, y Antonio Jiménez Blanco, que, por otra parte, como le pasaba al propio Adolfo Suárez, descienden políticamente del anterior régimen establecido a la fuerza, se posicionan en la agonía de la dictadura, en una discreta oposición al franquismo, que va tomando fuerza y consolidando una postura claramente aperturista y ecuménica, con ansia de libertad, que no se queda en los gestos, sino que apuesta de manera contundente por un camino sin retorno hacia las libertades. Era impensable para la Granada de la época, imaginar que Santiago Carrillo, líder internacional del Partido Comunista de España, iba a venir a nuestra ciudad, y poder dar una conferencia en el Club Larra. Pero con ser esta apuesta valiente, por parte de Páez y Jiménez Blanco, el asunto no se queda desnudo, sino que por “El Larra”, pasan personas importantísimas de todo signo político, dejando su mensaje ideológico. También lo hacen conferenciantes de ramas distintas, y artistas de todas las ramas, dejando testimonio de que el afán rupturista de España con su pasado no es un sueño, sino que el futuro libre para todos ha llegado ya. EXPOSICIONES Y PERSONAJES En aquellos años yo, era el crítico de arte del Diario Patria y La Hoja del Lunes, así que mis visitas al Club Larra eran cuando menos, semanales. Para el segundo aniversario de la muerte de Franco, El Larra, colgó una exposición del pintor, José Vivancos Plazas, que, rompiendo con su etapa anterior academicista, presenta una nueva obra vanguardista y proyectada al futuro. Ese mismo año (1977) para la Navidad, en El Larra cuelgan sus cuadros como artistas emergentes, Miguel Martínez, A. Rubio, mi primo, José Luís Cabrera, y el archidonense-granadino, Jesús Conde. Cabrera con su estudio en el Pie de La Torre, junto al Titi el afilador, mostró por primera vez sus acuarelas al papel mojado, una técnica solo al alcance de unos pocos. Jesús colgó tres dibujos excelentes y tres grabados al agua fuerte de una factura exquisita. En enero de 1978, allí colgaron sus fotos el denominado entonces, Grupo “Albaicín”, o sea, Torres Casado, Fornieles Franco, García García, Jiménez Mingorance, Martínez Fajardo, Ortiz Albarín, Sánchez Caravaca y Algarra López. El grupo pide además en llamamiento público, que se unan a ellos, cuantos fotógrafos quieran, ya sean profesionales o no. El contacto es en la Calle, Almez de San Pedro, número tres, los jueves a partir de las nueve de la noche. Los precios de las fotos para su compra, van desde las seis mil, a las veinte mil pesetas. Algo muy asequible para la época.

miércoles, 15 de agosto de 2018

GUITARRAS GRANADINAS HECHAS EN JAPÓN

GUITARRAS GRANADINAS, HECHAS EN JAPÓN Tito Ortiz.- En 1966, el constructor de guitarras granadino, Eduardo Ferrer, viajó por primera vez a Japón, para enseñar su oficio a distinguidos ingenieros de la fábrica Yamaha, que ya en aquellos años, hacían miles de guitarras al mes, para la exportación. Él les enseñó a construirlas a mano. Hace más de cuarenta años, una mañana encaminé mis pasos a la Cuesta de Gomérez, para charlar amigablemente, con el que entonces ya era, el decano de los constructores de guitarras granadinos. Eduardo Ferrer Castillo, me recibió amablemente, y mientras hablábamos, interpretaba a la guitarra algunas piezas. Había escogido para la ocasión una clásica, y se detuvo en explicarme cual era la diferencia técnica y de material empleado en la realización de una guitarra, dependiendo de si se iban a utilizar para interpretar música clásica o flamenca. Aquella mañana yo aprendí lo que no hay en los escritos, de la historia de la guitarra, las maderas que se utilizan en su construcción, y el destino de alguna de sus piezas, que estaban en las mejores manos internacionales, repartidas por todo el mundo, como las de Andrés Segovia, o el propio, Sabicas. JAPÓN Y YAMAHA El motivo de aquella entrevista para Patria era que alguien me había comentado que Eduardo Ferrer Castillo, volvía a Japón para seguir enseñando a construir guitarras a mano, pero él se encargó de desmentirlo. A sus setenta y tres años, entonces, ya no tenía más ganas de viajar tan lejos. La primera vez que los nipones le invitaron a que los enseñara a construir guitarras, fue en el año 1966, y aceptó la oferta, no solo por lo interesante de su cuantía, sino porque los japoneses también le pagaban un viaje a Venezuela para visitar a su hijo, que de otra forma era imposible verlo desde hacía muchos años que había emigrado. Llegó a la ciudad de Hamarsu, donde Yamaha tiene su factoría, y allí comprobó que las máquinas hacían, quinientas mil guitarras al mes para la exportación. Eduardo estuvo tres meses enseñando a los altos directivos de la fábrica a realizar una guitarra a mano, y esa experiencia la repitió en 1967 y 68. Pero en 1978 cuando los japoneses volvieron a invitarlo, el guitarrero granadino declinó la invitación, debido a su avanzada edad y algún achaque sin importancia. Aquella mañana me habló de un amigo de la familia, el concertista de guitarra internacional, linarense granadino, Andrés Segovia, que se pasaba las horas muertas hablando con su tío, Benito Ferrer, fundador de la saga de guitarreros. Le pregunté como tocaba también la guitarra, algo que no era obligatorio en un guitarrero, y me dijo que, de joven, recibió clases del mismísimo, don Manuel Jofré, porque su tío le insistía en que, si se iba a dedicar a la construcción de guitarras, tenía también que saber tocarlas para demostrar al cliente todo el potencial del instrumento, y dado que Andrés Segovia pasaba muchas horas en el taller familiar, también recibió consejos y enseñanzas de él. LOS INICIOS Después de muchos años de construir guitarras en su propio domicilio, el fundador de los Ferrer, Benito, abrió establecimiento comercial y taller cara al público en 1875. Ahí fue cuando muchos años después, daba sus primeros pasos como lutier mi interlocutor, Eduardo Ferrer Castillo, que, con tan solo doce años, comenzó el aprendizaje del oficio, y 71 años después me lo estaba contando a mí, en su taller de la Cuesta de Gomérez. Me contó que cuando su tío era el único taller de Granada en el siglo XIX, en España solo estaban, Marcelo Barbero y los Ramírez Esteso en Madrid, Rodríguez en Córdoba y, en Barcelona, Simplicio. Me insistió en que, para hacer una buena guitarra, la madera había que prepararla un año antes, y que, dándole a las manos, él no podía hacer más de tres piezas al mes. Todo lo que fuera incrementar el número en ese tiempo, iba en detrimento de la calidad del instrumento. No le gustaba que los nuevos guitarreros llamaran “mango” al mástil, y “tacón” al soque. Decía que mantener el lenguaje antiguo de la construcción de guitarras, formaba parte de la historia, y no había que desvirtuarla. Insistía con vehemencia, en que la guitarra se embelleciera con barniz añejo a la goma laca, ya que los modernos barnices, deterioraban el sonido del instrumento. Su guitarra más barata, valía unas veinticinco mil pesetas de entonces (1978), y la más cara, firmada por él, unas sesenta mil de la época. Basaba la continuidad de su oficio, en sus yernos, José López Bellido y Antonio Durán, y en su hijo Benito, dedicado a la construcción del “cuatro” en Venezuela. La Casa Ferrer se prolonga en el tiempo, y su historia también.

martes, 14 de agosto de 2018

NOS ENGAÑAN

NOS ENGAÑAN Tito Ortiz.- Que conste que solo lo he hecho por si el anuncio era verdad y podía ligar algo. El caso es que he sucumbido a la publicidad, y me he comprado una cafetera de cápsulas de las que anuncia, éste chico de Hollywood, que tiene el pelo canoso, que ahora no recuerdo como se llama. El caso es, que cuando abres el paquete para extraer la dosis y ponerla en el artefacto, aquello huele a gloria bendita, pero otra cosa es el sabor. Nada que ver con aquel café en grano que compraba mi abuela Juana, y que me ponía a convertirlo en polvo en aquel molinillo manual de madera, cuando sacabas el cajoncito y lo echabas en la cafetera, al subir, la casa quedaba perfumada de tal forma, que los vecinos ya sabían que ese día no tomábamos el de malta, que era el habitual por su bajo precio. El bueno era solo para los domingos. Pero con esto pasa como cuando en el concesionario entras por primera vez en el coche que te vas a comprar, ese olor que desprende te lleva hasta la mesa del vendedor, y empiezas a firmar letras con gastos como un loco, como si no hubiera un mañana y te lo pudieran quitar para dárselo a otro. El caso es que cuando te lo llevas, el coche no vuelve a oler así en la vida. Nos atrapan por la nariz, y nadie hace nada para remediarlo. Me pasa igual con la cerveza sin alcohol. Hay etapas en que se anuncian más que las que lo contienen, pero yo por más que pruebo, todas me saben a agua con bicarbonato, sean de la marca que sean. Debe ser algo psicológico. Te llevan a la compra por el olfato, y después te llevas una decepción. Me pasa con los zapatos de piel. Desprenden un aroma que llegas a la caja como un poseso, los pagas y te los llevas puestos, pero pasados unos días, es mejor no meter la nariz en ellos. Algo falla en el gancho para comprar. Te compras el piso de tus sueños, hipotecando a tus nietos que seguirán pagándolo, y una vez que vives en el, adviertes que en la cocina no entran más de dos personas de canto, que los muebles están altos para tu mujer, que no alcanza a poner las perolas en su sitio, que el cuarto de baño no respira suficiente por esa diminuta rejilla del techo, que se empaña cuando te duchas, no te ves en el espejo, y cuando haces algo más que pipí, tienen que pasar dos dias antes de que entre el siguiente, o morirá apestado. Y todo tiene que ver con el olor. No hay cosa que me guste más que la coliflor emborrizada, o sola con mayonesa, pero a ver quién es el guapo que aguanta en la cocina durante el tiempo de cocción, parece como si de repente se hubieran abierto todas las alcantarillas del barrio, y el olor de los darros ambientara toda la casa. Yo me pirro por los huevos rellenos que hace mi mujer, pero en cuanto empiezan a hervir en la olla, cojo la puerta y me voy a comprar el Ideal, me lo leo en un banco de la calle, y antes de subir llamo, por si ya están enfriándose en el frigorífico. De subir antes, tienes que volver a casa con mascarilla anti-gas. Me pasa igual con los ambientadores. Huelen cuando los abres, pero al rato, esa agradable sensación aromática ya ha desaparecido de la habitación, y como no metas la nariz en el cacharro, yo al menos, soy incapaz de olerlo. Estoy convencido de que alguien nos está manejando por el olor, o ¿seré yo?, que ya estoy más “pallá” que “pacá”.

A PLUMILLA

A PLUMILLA Tito Ortiz.- Pintor, de novias eternas con las que jamás casó, Enrique Villar Yebra, fue saxofonista de orquesta romántica, guía turístico del patrimonio, ilustrador de la Granada caduca y ferviente mantenedor de la amistad. En éstas páginas mostró durante decenas de años su hacer, con el cariño de un granadino enamorado de su tierra. Estábamos – como tantos días – apurando en la barra de “Los Manueles” de la calle Zaragoza, nuestros respectivos cubiletes de arroz. Es curioso recordar, que en éste centenario restaurante, el arroz no se sirviera por platos como en todo el mundo, sino que para los clientes acreditados que solíamos comer de pie en la barra, se tuviera la deferencia de servir una medida de arroz tan especial: Un cubilete, como si de un flan o tocino de cielo se tratara. Yo le estaba contando como se me presentaba la jornada en Patria, y el me rogaba que lo acompañara, tras la comida, al local de Juventudes Musicales en Campillo Bajo 32 segunda planta, donde el bueno de Dámaso García, lo dejaba ensayar con el saxo, ya que, según Enrique, sus vecinos le habían amenazado con tirarlo a la acequia Gorda, si seguía martirizándolos en su casa. Quería que le diera mi opinión acerca de sus progresos con el instrumento. ALJIBES Estaba Enrique por entonces – década de los setenta – publicando en Ideal, una serie de rincones de Granada en peligro de extinción, acompañando – como siempre – al texto, sus extraordinarios dibujos a plumilla. De esos parajes, destacaban sobre manera los aljibes de Granada, unas edificaciones de las que ya habían desparecido algunas, y Villar Yebra se empeñaba en que se conservaran a toda costa, así que las publicaba con texto y dibujo, en una especie de grito de socorro, para que alguien saltara a su protección y conservación. Una noche estábamos en la taberna del Sota, donde cenábamos antes de irnos a la cama, y entró Armando López Murcia, que le apetecía tomarse la penúltima con nosotros, antes de retirarse a su casa palacio de la mismísima calle Real de La Alhambra. Armando era, el corresponsal de Televisión Española en Granada. Poco menos que un dios en la tierra, porque si la ciudad quería salir en la tele, no tenía más remedio que encomendarse a López Murcia. Por entonces, los trabajos de grabación se hacían con cámara de cine en 18 milímetros. Era un espectáculo verlo cambiar de rollo, a mitad de un acto cuando el carrete de película se acababa. En una especie de saco negro, con unas aberturas para meter las manos, Armando introducía el carrete de filme nuevo, sacaba la cámara montada lista para grabar, y el ya grabado, metido en su caja de lata, listo para etiquetarlo y llevarlo por la noche en el Exprés de las 22 horas, para que al día siguiente fuera revelado en los estudios del Paseo de la Habana, y rescatar las imágenes para informativos y programas. SIN BULLA Armando López Murcia nos dijo que podíamos hacer una joya, dado que, en unos meses, les iban a cambiar las cámaras a los corresponsales de la única televisión de España, y ya que las grabaciones había que hacerlas a color, a él le quedaban decenas de carretes de película en blanco y negro, que podríamos aprovechar para hacer una película de todos los aljibes granadinos que aún quedaban en pie, y de esta manera no se dejarían perder. Yo abordé el guion, que lo presentamos en rueda de prensa en el café Suizo de Puerta Real con Mesones, y todo iba bien, hasta que alguno de los tres dijo, el día que empezábamos… bueno despacito y sin bulla, esto tiene que ser un trabajo que quede para la historia, así, que vamos a tomarnos un café, y a empezar, pero muy despacito. A ver, ¿cómo estamos de luz? Esas nubes no me gustan, vamos a esperar. ¡Que nos llenen! Las bullas son para los cobardes y los malos toreros, que ésta película tiene que ganar Oscar, paso a paso, los aljibes llevan ahí toda la vida, no se los van a llevar, así que con mucho tiento. ¿Tú que estas tomando? Yo quiero lo mismo. Y así llegamos al día de hoy, en el que no hemos grabado ni un metro de película de los aljibes, ni lo vamos a grabar, porque los dos, se me adelantaron en eso de rendir cuentas al Altísimo, y yo solo no me veo. ¿Quién soy yo? sin mi cubilete de arroz en Los Manueles, junto a mi Enrique Villar Yebra, enciclopedia viviente de la que tanto aprendo, y sin mi vino alpujarreño con Armando en la calle Jarrería, que no, que no, que yo si no es con ellos, no lo hago.

domingo, 12 de agosto de 2018

EXPENDEDURÍA DE TABACO Y TIMBRES

EXPENDEDURÍA DE TABACOS Y TIMBRES Tito Ortiz.- Nacidos en el siglo XIV, los estancos han formado parte de nuestra vida, y no solo para envenenarnos de forma voluntaria, sino que protegidos por los Gobiernos, ha gozado de varios monopolios a lo largo de su historia, en ocasiones, con rango de exclusividad en diversos productos. Descubrí lo que era un Estanco, cuando mi padre me mandaba a comprarle un paquete de “Peninsulares”. Era un tabaco negro sin emboquillar, más barato que el clásico, “Caldo de Gallina”, los “Ideales” o los “Celtas”. Yo no alcanzaba al mostrador, así que la estanquera, solo escuchaba una voz aflautada que venía del suelo, y veía una mano pequeña, que depositaba la peseta en el viejo y desgastado mostrador de madera, donde en un rincón, había una esponjilla humedecida en un recipiente redondo de goma, para pegar sellos. Y digo, estanquera, porque en mi niñez era frecuente que estos establecimientos estuvieran regidos por viudas enlutadas, cuyos maridos habían fallecido en la guerra del 36. De ahí que también fuera muy frecuente encontrarlas de muy mal humor, con mal genio o simplemente, con una malafollá aplastante, que las hacía protagonistas de chistes y chacotas, en una dura competición para comprobar cual de ellas te trataba con peores humos. HISTORIA Al parecer, está comprobado históricamente, que ya en el siglo XIV se inventaron los estancos, para que solo en ellos, y amparados por el Estado, se vendieran productos como la Sal, el Aguardiente, la Pólvora o el Plomo, entre otros. Un siglo más tarde, se añade a la actividad del Salitre, o la Goma Laca, la expedición desde éstos mostradores, de Naipes homologados por el Gobierno, para que los jugadores no puedan hacer trampas, y papel sellado, éste último llegando a pervivir hasta hace algunos años. Fue el Rey Felipe II, quién dio un gran impulso a la implantación de los estancos, con el pretexto de que nadie traficara con la Sal y sus desequilibrantes precios, dependiendo de la región donde se adquiriera. Y de ésta forma, se garantizaba una entrada de impuestos a la corona, nada desdeñable y continua. Avanzado el tiempo, era imprescindible acudir a un estanco, no solo, para comprar un sello de correos y echar una carta. Solo allí te vendían las pólizas, obligatorias en cada instancia que tuvieras que presentar en cualquier estamento, pegándola en el recuadrito superior que ya traía impreso el papel. En mis tiempos de juventud, fueron moneda de uso corriente las pólizas de tres pesetas, imprescindibles para cualquier trámite oficial por nimio que éste fuera. PAPEL DEL ESTADO A muchos jóvenes sorprenderá saber, que para pagar una multa de tráfico – por ejemplo- no bastaba ir con el dinero en la mano y saldar la cuenta, o hacer una moderna transferencia. El importe exacto de la sanción, tenías que comprarlo en, Papel del Estado, en un estanco, y con el, dirigirte al centro oficial que se tratara, hacer cola en la ventanilla, y abonarla con esos papeles timbrados adquiridos donde comprabas el tabaco. En esa Expendeduría, también tenías que comprar el certificado timbrado, en el que tu médico advertía de tus dolencias o estado de salud. Al igual que el Certificado de Penales, donde constaba tu historial delictivo, o, por el contrario, la ausencia de antecedentes penales, circunstancia imprescindible para pertenecer a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, por ejemplo. Sobres, papel para escribir y postales, eran otros artículos que encontrar en el estanco del barrio, donde la estanquera te espantaba con un tratamiento a base de exabruptos, consciente de que ese trato, no le iba a privar de fidelizar a los clientes, ya que sus productos no podías encontrarlos en otro lugar, así que, a aguantar el chaparrón y hasta la siguiente. NUEVOS TIEMPOS De vender el tabaco de cuarterón y la picadura selecta con libritos de papel, piedras para encendedores, y mechas para los yesqueros, los estancos actuales han pasado a ser lugares -por lo general- alegres, coloristas, con una gran variedad de productos que ofrecer, impensables en aquellos años. Hablo de libros, peluches, bebidas refrescantes, o guías para turistas, con un horario flexible, nada que ver con el estricto tirar de la persiana de entonces. Los estancos de mi niñez son lugares oscuros, sombríos, iluminados con una bombilla de 25, una mesa camilla con su falda y su brasero, y una tertulia de personas mayores, que cuando yo entraba se callaban a la voz de: ¡Cuidado! Que hay ropa tendida. Algo que tardé años en descifrar y comprender. Aún así, sigo fumando. Sé que es un error que algún día pagaré muy caro, pero es que yo crecí entrando a los estancos, y ahora ya es muy tarde para dejarlo. Mis amigos dicen que de esto… También se sale.