martes, 14 de agosto de 2018

A PLUMILLA

A PLUMILLA Tito Ortiz.- Pintor, de novias eternas con las que jamás casó, Enrique Villar Yebra, fue saxofonista de orquesta romántica, guía turístico del patrimonio, ilustrador de la Granada caduca y ferviente mantenedor de la amistad. En éstas páginas mostró durante decenas de años su hacer, con el cariño de un granadino enamorado de su tierra. Estábamos – como tantos días – apurando en la barra de “Los Manueles” de la calle Zaragoza, nuestros respectivos cubiletes de arroz. Es curioso recordar, que en éste centenario restaurante, el arroz no se sirviera por platos como en todo el mundo, sino que para los clientes acreditados que solíamos comer de pie en la barra, se tuviera la deferencia de servir una medida de arroz tan especial: Un cubilete, como si de un flan o tocino de cielo se tratara. Yo le estaba contando como se me presentaba la jornada en Patria, y el me rogaba que lo acompañara, tras la comida, al local de Juventudes Musicales en Campillo Bajo 32 segunda planta, donde el bueno de Dámaso García, lo dejaba ensayar con el saxo, ya que, según Enrique, sus vecinos le habían amenazado con tirarlo a la acequia Gorda, si seguía martirizándolos en su casa. Quería que le diera mi opinión acerca de sus progresos con el instrumento. ALJIBES Estaba Enrique por entonces – década de los setenta – publicando en Ideal, una serie de rincones de Granada en peligro de extinción, acompañando – como siempre – al texto, sus extraordinarios dibujos a plumilla. De esos parajes, destacaban sobre manera los aljibes de Granada, unas edificaciones de las que ya habían desparecido algunas, y Villar Yebra se empeñaba en que se conservaran a toda costa, así que las publicaba con texto y dibujo, en una especie de grito de socorro, para que alguien saltara a su protección y conservación. Una noche estábamos en la taberna del Sota, donde cenábamos antes de irnos a la cama, y entró Armando López Murcia, que le apetecía tomarse la penúltima con nosotros, antes de retirarse a su casa palacio de la mismísima calle Real de La Alhambra. Armando era, el corresponsal de Televisión Española en Granada. Poco menos que un dios en la tierra, porque si la ciudad quería salir en la tele, no tenía más remedio que encomendarse a López Murcia. Por entonces, los trabajos de grabación se hacían con cámara de cine en 18 milímetros. Era un espectáculo verlo cambiar de rollo, a mitad de un acto cuando el carrete de película se acababa. En una especie de saco negro, con unas aberturas para meter las manos, Armando introducía el carrete de filme nuevo, sacaba la cámara montada lista para grabar, y el ya grabado, metido en su caja de lata, listo para etiquetarlo y llevarlo por la noche en el Exprés de las 22 horas, para que al día siguiente fuera revelado en los estudios del Paseo de la Habana, y rescatar las imágenes para informativos y programas. SIN BULLA Armando López Murcia nos dijo que podíamos hacer una joya, dado que, en unos meses, les iban a cambiar las cámaras a los corresponsales de la única televisión de España, y ya que las grabaciones había que hacerlas a color, a él le quedaban decenas de carretes de película en blanco y negro, que podríamos aprovechar para hacer una película de todos los aljibes granadinos que aún quedaban en pie, y de esta manera no se dejarían perder. Yo abordé el guion, que lo presentamos en rueda de prensa en el café Suizo de Puerta Real con Mesones, y todo iba bien, hasta que alguno de los tres dijo, el día que empezábamos… bueno despacito y sin bulla, esto tiene que ser un trabajo que quede para la historia, así, que vamos a tomarnos un café, y a empezar, pero muy despacito. A ver, ¿cómo estamos de luz? Esas nubes no me gustan, vamos a esperar. ¡Que nos llenen! Las bullas son para los cobardes y los malos toreros, que ésta película tiene que ganar Oscar, paso a paso, los aljibes llevan ahí toda la vida, no se los van a llevar, así que con mucho tiento. ¿Tú que estas tomando? Yo quiero lo mismo. Y así llegamos al día de hoy, en el que no hemos grabado ni un metro de película de los aljibes, ni lo vamos a grabar, porque los dos, se me adelantaron en eso de rendir cuentas al Altísimo, y yo solo no me veo. ¿Quién soy yo? sin mi cubilete de arroz en Los Manueles, junto a mi Enrique Villar Yebra, enciclopedia viviente de la que tanto aprendo, y sin mi vino alpujarreño con Armando en la calle Jarrería, que no, que no, que yo si no es con ellos, no lo hago.

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