viernes, 10 de agosto de 2018
¡0IGA! SE LIMPIA EL "CALSAO"
¡OIGA!, SE LIMPIA “EL CALSAO”
Tito Ortiz.-
Hubo un tiempo en que los limpiabotas de Plaza Nueva rivalizaban con los de la Placeta de La Mariana, en ser los que mejor y mas brillo daban a los zapatos de sus clientes. Como complemento, te ofrecían la prensa local y deportiva para leer durante la operación de lustrar, tabaco de contrabando a buen precio y décimos de lotería.
Ir a que te limpiaran los zapatos los domingos era todo un ceremonial que dejaba ver a las claras tu boyantía económica. Los profesionales de este menester, se esforzaban por complacer a la clientela empezando por ofrecerle una silla para que estuvieran cómodos. Te prestaban la prensa del día, encendían el cigarrillo en cuanto te veían sacarlo y así comenzaba el ceremonial previo a la acción. Una vez puesto el pie en la plataforma del cajón con forma de suela, te subían los calcetines si los tenías arrugados abajo, y para protegerlos del tinte y del betún, a ambos lados de los tobillos, te introducía unas piezas de cartón, a modo de escudo para las salpicaduras y los “rebañones”, no sin antes, doblar hacia arriba el falso del pantalón, para igualmente protegerlo. El trabajo comenzaba con el cepillado del zapato para dejarlo libre de polvo, barro o manchas. A continuación, se le aplicaba el tinte, negro o marrón, según la piel. Una vez secos, la crema en movimientos circulares para lo que unos se protegían con un trapo, y otros lo hacían directamente con los dedos índice y medio, a lo que seguía un cepillado de auténticos malabaristas, con cambio de manos y palmada a la madera, para que sonara bien, lo cual indicaba que el trabajo era de una perfección aplastante, para finalmente pasarle una bayeta con la presión exacta de un pulido inmaculado. Peseta al canto y propina de dos reales, hacían que el limpiabotas te diera las gracias con una sonrisa, mientras se tocaba con los dedos el filo de la visera de su gorra. Los más ceremoniosos se la quitaban, incluso.
MELCHOR
En aquellos años cincuenta y sesenta del siglo pasado, el oficio de limpiabotas era tan digno como otro cualquiera, y no pocas familias, cuyo progenitor no tenía otra formación, salieron adelante con este trabajo, al que se le fueron añadiendo servicio como, la venta de tabaco de estraperlo, o décimos de lotería a los que había que añadir la propina del diez por ciento del importe.
Melchor era un gitano del Sacromonte que limpiaba el calzado en Plaza Nueva. Alto y espigado, su fama de buena persona le precedió hasta su muerte. Su educación extremada y su buen hacer con los zapatos, hacían con frecuencia, que, aunque estuviera ocupado con un cliente, los demás esperaran haciendo cola tras de la silla, hasta que Melchor y no otro, limpiara sus zapatos. A veces ibas a limpiarte, y veías que junto al cajón ya había varios pares aguardando lustre. Eran los que las criadas de los señoritos de los alrededores le bajaban, para que el señor no tuviera que aguardar cola o estar a la vista de todo el mundo. La criada de cofia y delantal blancos bajaba a la hora acordada con Melchor, y ya le subía el calzado limpio al señorito, sin que este se hubiera tenido que molestar en mezclarse con la plebe. El bueno de Melchor tenía muchas bocas que alimentar, así que no dudaba en pluriemplearse. En la misma Plaza Nueva, casi haciendo esquina con la Cuesta de Gomerez, estaba la delegación en Granada de las máquinas de coser, Alfa, así que cuando vendían una, llamaban al bueno de Melchor, que no dudaba en cargársela al hombro y llevarla al domicilio de la adquiriente. Un día me contó, que, andando, llevó una hasta la vecina localidad de Huétor Vega. Un trabajo por el que le pagaron diez reales, pero que no cogió el tranvía, porque si no: ¿Qué le hubiera llevado a los churumbeles?
LIMPIABOTAS EN PLANTILLA
Más suerte tenían los que lograban una plaza de limpiabotas fija, en cualquier local acreditado que presumía de tenerlos a disposición de sus socios o clientes. Recuerdo limpiabotas ilustres como el del Centro Artístico, el Café Suizo, la cafetería del Victoria, el Club de Los Monteros, el Taurino o el Liceo. Sin olvidar que había salones especializados en lustrar el calzado con limpiabotas muy acreditados, con varios sillones en batería. De los últimos en cerrar, recuerdo el de la calle Salamanca, o el de la calle Ventanilla, casi saliendo a San Juan de Dios. En estos últimos también reparaban el calzado. Lo mismo te echaban medias suelas, que te ponían unos protectores en la puntera y los tacones, para evitar el desgaste, que también te permitían con el ruido, dar tus primeros pasos de claqué. ¡Que tiempos, Fred Astaire!!
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