domingo, 19 de agosto de 2018

LA ARGENTINA

LA ARGENTINA Tito Ortiz.- En la esquina de la calle Navas con la del Gozo -nunca mejor dicho- no ha mucho tiempo existió una cafetería pastelería llamada, “La Argentina”, donde el flamenco de la ciudad de La Alhambra, contó con uno de sus hervideros, encabezado por su alma máter, Pepe, para los nativos, “El de La Argentina”, de quejío sobrio y académico. Al olor de su buen café, y el sabor de sus extraordinarios pasteles, se reunían en el lugar, no solo los parroquianos degustadores del buen yantar, sino los aficionados flamencos de fino olfato, junto con los artistas del momento. Convocaba sin cita previa, un cantaor cabal donde los hubiera: Juan José Ruiz Martín, “Pepe El de La Argentina”, nacido en nuestra ciudad a principios de los años cuarenta, en plena posguerra, que ya en su niñez escuchó cantar en casa a su madre y, a un hermano de ésta, llamado Miguel, por lo que él fue cogiendo ese hilo y haciendo ya sus primeros pinitos en el cante, con el nombre artístico entonces de, “Pepe de Granada”. El local era frecuentado por todo aquel que era algo en el mundo flamenco de Granada, siendo muy frecuentes las improvisadas tertulias flamencas, en torno a un buen pastel y una copa de anís, de las que salían posibilidades de ganar parné durante la noche, ante la llamada de algún señorito de postín, para un cuarto de los cabales en cualquier venta de los alrededores, compartiendo un pollo con ajos y un porrón de vino con gaseosa. TRAYECTORIA Pepe, fue siempre un admirador confeso, de sus contemporáneos, Antonio Núñez “Chocolate”, y su tocayo, Fernández Díaz, “Fosforito”, aunque él había bebido en fuentes granadinas tan acreditadas, como las de Manuel Celestico Cobos, “Cobitos”, compañero de fatigas de Frasquito Yerbagüena, Victorino de Pinos, o el acreditado, Pepe Albayzín. Al casar el gran cantaor, Juan Varea nacido en Castellón, con la bailaora sacromontana, Carmen Amaya, la presencia de éste consagrado en nuestra ciudad es muy habitual, de ahí que ambos entre en contacto y teniendo ya Varea compañía propia, fichó Al de La Argentina, para acompañarlo en largas giras por toda Europa, que se prolongaron en el tiempo y dieron paso a grabaciones con discográficas internacionales. Fue multipremiado y reconocido por su arte, quedando para el recuerdo aquella grabación de 1972, con motivo del cincuentenario del Concurso de Cante Jondo de Lorca y Falla. Un disco en el que los guitarristas, “El Bene”, Antonio Torres, y Francisco Manuel Díaz, acompañan a Pepe, junto a, Curra Arroyo, - tía del bailaor granadino más acreditado del momento, Manuel Liñán- en un elepé de la época, titulado “Canta Granada”. Pepe murió a principios de este siglo, dejando memoria indeleble de buen aficionado, que es lo más importante para un flamenco. MANO A MANO En la barra de su cafetería “La Argentina”, compartíamos Enrique Morente y yo un medio día, ambas manzanillas- de las de carterita – con un chorreoncito de aguardiente, y hablábamos de sus proyectos en los madriles donde ya estaba afincado. En el transcurso de la conversación, Enrique me confesó como la picardía del omnipotente, Antonio Mairena, lo había sorprendido y su ingenuidad, caído en la trampa. El de Mairena del Alcor, por entonces casi un dios, le pidió que en privado le cantara la “soleá apolá del Niño de Jún “. Enrique lo hizo y en su póstuma grabación, el todo poderoso Mairena, haciendo gala de un desahogo sin igual, la grabó como propia, en su disco, “El Sabor de Mis Recuerdos, como, “Soleá de Charamusco”. Salimos de la cafetería y, dirigimos nuestros pasos al bar “Provincias”, donde Enrique se sentía como en familia. Hablamos de lo bonito que sería cantar un mano a mano entre él, y Camarón de La Isla, presentado por mí, algo inédito hasta entonces, y la verdad es que los dioses lo permitieron. Con el tiempo ese mano a mano se organizó en la vega de Granada, y la noche que tenía que celebrarse, calló más agua que cuando enterraron a Zafra, hasta el punto de que hubo de aplazarse a la semana siguiente, pero en vista de que el cielo no daba tregua y para no suspender más, el magno espectáculo se celebró en la parte cubierta de la piscina Neptuno. Cuando salí a presentar aquella noche, a los dos monstruos del flamenco de entonces, pensé que era un buen momento para retirarme de ese menester, porque ya había tocado techo. Ya había presentado a los más grandes de mí época. Salió por delante Enrique Morente, ante un auditorio repleto de incondicionales a Camarón, venidos de varios países extranjeros para la ocasión, con la retranca de esperar al payo a ver que ocurría con su quejío. Cuando Morente cantó por tangos y bulerías, vi como algunos “camaronianos” se rompían la camisa y ellas la saya. En ese mano a mano, ganó el de casa, que jugaba como local.

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