miércoles, 15 de agosto de 2018

GUITARRAS GRANADINAS HECHAS EN JAPÓN

GUITARRAS GRANADINAS, HECHAS EN JAPÓN Tito Ortiz.- En 1966, el constructor de guitarras granadino, Eduardo Ferrer, viajó por primera vez a Japón, para enseñar su oficio a distinguidos ingenieros de la fábrica Yamaha, que ya en aquellos años, hacían miles de guitarras al mes, para la exportación. Él les enseñó a construirlas a mano. Hace más de cuarenta años, una mañana encaminé mis pasos a la Cuesta de Gomérez, para charlar amigablemente, con el que entonces ya era, el decano de los constructores de guitarras granadinos. Eduardo Ferrer Castillo, me recibió amablemente, y mientras hablábamos, interpretaba a la guitarra algunas piezas. Había escogido para la ocasión una clásica, y se detuvo en explicarme cual era la diferencia técnica y de material empleado en la realización de una guitarra, dependiendo de si se iban a utilizar para interpretar música clásica o flamenca. Aquella mañana yo aprendí lo que no hay en los escritos, de la historia de la guitarra, las maderas que se utilizan en su construcción, y el destino de alguna de sus piezas, que estaban en las mejores manos internacionales, repartidas por todo el mundo, como las de Andrés Segovia, o el propio, Sabicas. JAPÓN Y YAMAHA El motivo de aquella entrevista para Patria era que alguien me había comentado que Eduardo Ferrer Castillo, volvía a Japón para seguir enseñando a construir guitarras a mano, pero él se encargó de desmentirlo. A sus setenta y tres años, entonces, ya no tenía más ganas de viajar tan lejos. La primera vez que los nipones le invitaron a que los enseñara a construir guitarras, fue en el año 1966, y aceptó la oferta, no solo por lo interesante de su cuantía, sino porque los japoneses también le pagaban un viaje a Venezuela para visitar a su hijo, que de otra forma era imposible verlo desde hacía muchos años que había emigrado. Llegó a la ciudad de Hamarsu, donde Yamaha tiene su factoría, y allí comprobó que las máquinas hacían, quinientas mil guitarras al mes para la exportación. Eduardo estuvo tres meses enseñando a los altos directivos de la fábrica a realizar una guitarra a mano, y esa experiencia la repitió en 1967 y 68. Pero en 1978 cuando los japoneses volvieron a invitarlo, el guitarrero granadino declinó la invitación, debido a su avanzada edad y algún achaque sin importancia. Aquella mañana me habló de un amigo de la familia, el concertista de guitarra internacional, linarense granadino, Andrés Segovia, que se pasaba las horas muertas hablando con su tío, Benito Ferrer, fundador de la saga de guitarreros. Le pregunté como tocaba también la guitarra, algo que no era obligatorio en un guitarrero, y me dijo que, de joven, recibió clases del mismísimo, don Manuel Jofré, porque su tío le insistía en que, si se iba a dedicar a la construcción de guitarras, tenía también que saber tocarlas para demostrar al cliente todo el potencial del instrumento, y dado que Andrés Segovia pasaba muchas horas en el taller familiar, también recibió consejos y enseñanzas de él. LOS INICIOS Después de muchos años de construir guitarras en su propio domicilio, el fundador de los Ferrer, Benito, abrió establecimiento comercial y taller cara al público en 1875. Ahí fue cuando muchos años después, daba sus primeros pasos como lutier mi interlocutor, Eduardo Ferrer Castillo, que, con tan solo doce años, comenzó el aprendizaje del oficio, y 71 años después me lo estaba contando a mí, en su taller de la Cuesta de Gomérez. Me contó que cuando su tío era el único taller de Granada en el siglo XIX, en España solo estaban, Marcelo Barbero y los Ramírez Esteso en Madrid, Rodríguez en Córdoba y, en Barcelona, Simplicio. Me insistió en que, para hacer una buena guitarra, la madera había que prepararla un año antes, y que, dándole a las manos, él no podía hacer más de tres piezas al mes. Todo lo que fuera incrementar el número en ese tiempo, iba en detrimento de la calidad del instrumento. No le gustaba que los nuevos guitarreros llamaran “mango” al mástil, y “tacón” al soque. Decía que mantener el lenguaje antiguo de la construcción de guitarras, formaba parte de la historia, y no había que desvirtuarla. Insistía con vehemencia, en que la guitarra se embelleciera con barniz añejo a la goma laca, ya que los modernos barnices, deterioraban el sonido del instrumento. Su guitarra más barata, valía unas veinticinco mil pesetas de entonces (1978), y la más cara, firmada por él, unas sesenta mil de la época. Basaba la continuidad de su oficio, en sus yernos, José López Bellido y Antonio Durán, y en su hijo Benito, dedicado a la construcción del “cuatro” en Venezuela. La Casa Ferrer se prolonga en el tiempo, y su historia también.

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