domingo, 12 de agosto de 2018

EXPENDEDURÍA DE TABACO Y TIMBRES

EXPENDEDURÍA DE TABACOS Y TIMBRES Tito Ortiz.- Nacidos en el siglo XIV, los estancos han formado parte de nuestra vida, y no solo para envenenarnos de forma voluntaria, sino que protegidos por los Gobiernos, ha gozado de varios monopolios a lo largo de su historia, en ocasiones, con rango de exclusividad en diversos productos. Descubrí lo que era un Estanco, cuando mi padre me mandaba a comprarle un paquete de “Peninsulares”. Era un tabaco negro sin emboquillar, más barato que el clásico, “Caldo de Gallina”, los “Ideales” o los “Celtas”. Yo no alcanzaba al mostrador, así que la estanquera, solo escuchaba una voz aflautada que venía del suelo, y veía una mano pequeña, que depositaba la peseta en el viejo y desgastado mostrador de madera, donde en un rincón, había una esponjilla humedecida en un recipiente redondo de goma, para pegar sellos. Y digo, estanquera, porque en mi niñez era frecuente que estos establecimientos estuvieran regidos por viudas enlutadas, cuyos maridos habían fallecido en la guerra del 36. De ahí que también fuera muy frecuente encontrarlas de muy mal humor, con mal genio o simplemente, con una malafollá aplastante, que las hacía protagonistas de chistes y chacotas, en una dura competición para comprobar cual de ellas te trataba con peores humos. HISTORIA Al parecer, está comprobado históricamente, que ya en el siglo XIV se inventaron los estancos, para que solo en ellos, y amparados por el Estado, se vendieran productos como la Sal, el Aguardiente, la Pólvora o el Plomo, entre otros. Un siglo más tarde, se añade a la actividad del Salitre, o la Goma Laca, la expedición desde éstos mostradores, de Naipes homologados por el Gobierno, para que los jugadores no puedan hacer trampas, y papel sellado, éste último llegando a pervivir hasta hace algunos años. Fue el Rey Felipe II, quién dio un gran impulso a la implantación de los estancos, con el pretexto de que nadie traficara con la Sal y sus desequilibrantes precios, dependiendo de la región donde se adquiriera. Y de ésta forma, se garantizaba una entrada de impuestos a la corona, nada desdeñable y continua. Avanzado el tiempo, era imprescindible acudir a un estanco, no solo, para comprar un sello de correos y echar una carta. Solo allí te vendían las pólizas, obligatorias en cada instancia que tuvieras que presentar en cualquier estamento, pegándola en el recuadrito superior que ya traía impreso el papel. En mis tiempos de juventud, fueron moneda de uso corriente las pólizas de tres pesetas, imprescindibles para cualquier trámite oficial por nimio que éste fuera. PAPEL DEL ESTADO A muchos jóvenes sorprenderá saber, que para pagar una multa de tráfico – por ejemplo- no bastaba ir con el dinero en la mano y saldar la cuenta, o hacer una moderna transferencia. El importe exacto de la sanción, tenías que comprarlo en, Papel del Estado, en un estanco, y con el, dirigirte al centro oficial que se tratara, hacer cola en la ventanilla, y abonarla con esos papeles timbrados adquiridos donde comprabas el tabaco. En esa Expendeduría, también tenías que comprar el certificado timbrado, en el que tu médico advertía de tus dolencias o estado de salud. Al igual que el Certificado de Penales, donde constaba tu historial delictivo, o, por el contrario, la ausencia de antecedentes penales, circunstancia imprescindible para pertenecer a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, por ejemplo. Sobres, papel para escribir y postales, eran otros artículos que encontrar en el estanco del barrio, donde la estanquera te espantaba con un tratamiento a base de exabruptos, consciente de que ese trato, no le iba a privar de fidelizar a los clientes, ya que sus productos no podías encontrarlos en otro lugar, así que, a aguantar el chaparrón y hasta la siguiente. NUEVOS TIEMPOS De vender el tabaco de cuarterón y la picadura selecta con libritos de papel, piedras para encendedores, y mechas para los yesqueros, los estancos actuales han pasado a ser lugares -por lo general- alegres, coloristas, con una gran variedad de productos que ofrecer, impensables en aquellos años. Hablo de libros, peluches, bebidas refrescantes, o guías para turistas, con un horario flexible, nada que ver con el estricto tirar de la persiana de entonces. Los estancos de mi niñez son lugares oscuros, sombríos, iluminados con una bombilla de 25, una mesa camilla con su falda y su brasero, y una tertulia de personas mayores, que cuando yo entraba se callaban a la voz de: ¡Cuidado! Que hay ropa tendida. Algo que tardé años en descifrar y comprender. Aún así, sigo fumando. Sé que es un error que algún día pagaré muy caro, pero es que yo crecí entrando a los estancos, y ahora ya es muy tarde para dejarlo. Mis amigos dicen que de esto… También se sale.

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