domingo, 12 de agosto de 2018

EL BAÑUELO DE MI INFANCIA

EL BAÑUELO DE MI INFANCIA Tito Ortiz.- Sobre los vestigios de los romanos, se edificaron estos baños públicos allá por el siglo XI, que han llegado hasta nuestros días, quizás como la estructura más antigua de Granada, a pesar de que la chiquillería del barrio, jugábamos en su interior a la pelota, al escondite y al pilla pilla. No era El Bañuelo el único emblema histórico de mi infancia, convertido en casa de vecinos al uso. El cercano Hospital del Maristán, era una auténtica corrala de buenas gentes, donde nacieron y crecieron muchos niños, hoy adultos de mi quinta. Igual podría contar del mismísimo Corral del Carbón, y de otros edificios, considerados hoy, como debió ser siempre, parte de nuestra riqueza histórica, y lo que es mejor, cuidados y conservados con mimo, para disfrute de generaciones venideras. El Bañuelo, era para nosotros, la casa de nuestros amigos, donde poder jugar sin el peligro de hacerlo en la Carrera del Dauro, al paso de coches y caballerías. Reatas de burros cargados de arena del río, dirigiéndose a cualquier obra de la ciudad. Mulos de cerones llenos con viandas y muebles camino del Sacromonte. Los carros de la basura cargados hasta los topes, en fin, los peligros de la Granada de entonces. Sobre todo, de lo que nos librábamos, es de tener que bajar al río a por la pelota si esta volaba por encima del pretil, asunto este que era moneda de uso común. PATRIMONIO DE USO VECINAL En aquellos años cincuenta y sesenta del siglo pasado, el concepto de Patrimonio Histórico o de la Humanidad, para nosotros estaba por nacer. La gente vivía en una edificación del siglo XI, con el concepto de que era una casa antigua, y poco más. Cuanto mayor era el monumento, más posibilidades había de que albergara a más familias, así se le daba utilidad a una casa varias veces centenaria, que, de otra forma, hubiera sido derruida por su mal estado de conservación, como en realidad ocurrió durante mucho tiempo. En este sentido, a mí me gustaría rendir homenaje de admiración, respeto y consideración a su labor rescatadora y conservacionista, a dos hombres imprescindibles en la historia de esta ciudad de nuestras entretelas. En primer lugar, al arquitecto, Leopoldo Torres Balbás, que, desde principios del siglo XX, comenzó una labor que aún no ha sido valorada en toda su magnitud, y a mi juicio, otro hombre continuador de ese camino emprendido, que fue el alcalde de la postguerra, Antonio Gallego Burín, hombre al que se le debe mucho en torno al saneamiento de la ciudad, y su interés por el patrimonio arquitectónico heredado de todas las culturas, asentadas aquí, anteriores a la nuestra. CARRERA DEL DAURO Uno puede pensar, que los ziríes albayzineros eligieron el lugar para instalar estos baños del Nogal, como los llamaron, por su cercanía a la construcción de la Alhambra, por el puente de los tablones o El Cadí, que tenía buen acceso a la alcazaba, pero lo cierto es que antes de que ellos llegaran hasta aquí, visigodos y romanos, ya habían disfrutado de este asentamiento, sin que se hubiera puesto un ladrillo de La Alhambra, así que algo tendrá el agua cuando la bendicen, o en éste caso, la situación estratégica de la edificación, que siempre se dedicó a los baños, independientemente de la cultura que estuviera disfrutándola en ese momento. Aquí vivían mis compañeros de juegos de la placeta de La Concepción, de cuyo convento éramos Pajes de La Inmaculada. Hasta aquí se desplazaban nuestros amigos de la calle Zafra, en cuya casa árabe, también vivían un buen puñado de vecinos, compañeros de juegos y colegios. Jugar a la pelota en cualquiera de las tres salas de los baños no era más que un juego infantil sin conciencia. No olvidemos que parte de la administración, tampoco disimulaba su desinterés y desprecio por el patrimonio. En la placeta donde se encuentra el monumento en homenaje al actor cartagenero, Isidoro Máiquez, en el local que ocupa el restaurante, Alacena de Las Monjas, ahí durante decenas de años, Correos, tuvo una estafeta y centro de expedición y recepción de cartería, paquetería y mensajería. Cuando Juan Conde, teólogo, y hermano del pintor Jesús Conde, decide quedarse con el local, para montar el restaurante inspirado y cantado por Carlos Cano, somos muchos los amigos que nos compramos unos monos azules, al estilo de los lorquianos de la barraca, y ayudamos en las labores de desescombro del habitáculo, y cual no sería nuestra sorpresa, que, a base de sacar centenares de espuertas de cascajo, descubrimos en el subsuelo, el aljibe árabe, que hoy se disfruta como comedor del local. La administración de Correos, lo había descubierto más de medio siglo antes, pero lo llenó de escombros, para no dar explicaciones a nadie, y poder llevar a cabo su trabajo de distribución postal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario