viernes, 17 de agosto de 2018
CAMELAMOS A MARIO MAYA
CAMELAMOS A MARIO MAYA
Tito Ortiz.-
Su baile comenzó en el Sacromonte, y con el, recorió el mundo varias veces. Su casa de Nueva York, fue parada y fonda de muchos españoles que por allí pasaron y con su creatividad, supo complementar al bailaor con el coreógrafo, gracias a las enseñanzas, entre otras, de su maestra, Pilar López, hermana de La Argentinita.
Nunca me expliqué, como podía salir como si tal cosa, de aquel BMW Z4 biplaza, del que a mí me costaba un mundo apearme. Cada vez que me decía: Vamos en mi coche, a mí me entraban los sudores de la muerte, porque si difícil era entrar en el bólido plateado descapotable, lo de salir era jugarse las vértebras y las rodillas. Muchas veces para evitarle la triste escena de verme salir a gatas de su coche, yo le decía: Anda tira tu delante que, te sigo en mi moto. Eran los tiempos en los que yo era su jefe de prensa, y él dirigía su escuela para profesionales en la Chumbera. De puntualidad prusiana, Mario llegaba a las instalaciones a las ocho de la mañana. Nunca pude adelantarme. Por mucho que yo corría, cuando subía a la placeta mirador, Mario ya estaba esperándome mirando fijamente la Alhambra, imaginando mil coreografías para el interior del monumento nazarí, una por patio, decía. Tito, es tan bella, que tengo en mi cabeza un baile distinto para cada estancia de ese recinto, algún día lo haré y tú lo contarás.
DEL SACROMONTE AL UNIVERSO
Mario Maya Fajardo, granadino nacido en Córdoba, porque como se sabe, los granaínos nacemos donde queremos, comenzó siendo un niño a bailar en las cuevas del camino de la Abadía, donde su madre, Trinidad Maya, “La Rana”, trabajaba en la cueva de “La Rocío”. Hace ahora 65 años, ya había pateado Madrid y bailado para el gran Manolo Caracol. En la segunda mitad de los años cincuenta, comienza a tomar clases de doña Pilar López, junto a otros artistas como, Antonio Gades o “El Güito” saliendo de gira internacional con la hermana de La Argentinita, de la que siempre guardó un hermoso recuerdo, no solo de lo aprendido con ella, sino de su educación exquisita, el trato recibido y la apertura de mente al mundo flamenco por venir. Con ese acento neoyorkino, sacromontano y musicalidad mexicana, Mario me contaba como eran las clases con doña Pilar, donde la disciplina y el rigor artístico estaban por encima de todo. De sus parejas de baile siempre me mostró admiración. “La Chunga”, Rosa Durán, María Baena, o Carmen Mora, fueran algunas de las mujeres con las que realizó coreografías para el recuerdo. El año 1965, ya le coge asentado por mucho tiempo en Nueva York, donde sus actuaciones se cuentan por éxitos, y como en el inolvidable pasodoble, “En Tierra Extraña”, su casa se convierte en la parada y fonda de, todos los amigos y artistas que pasan por la capital estadounidense.
REGRESO A ESPAÑA
A su regreso, nota que aquí el rotundo éxito obtenido en el extranjero no parece haber tenido mucho eco, así que forma compañía y comienza de nuevo, como si nada hubiera pasado. Es a mediados de los años setenta cuando le llega el reconocimiento a su trabajo de coreógrafo con el estreno de la obra, “Camalemos Naquerar”, del profesor de la Universidad, poeta y escritor gitano, Pepe Heredia Maya, cuyo argumento se basa en la persecución histórica y reivindicación del pueblo gitano. La suerte le sonríe de nuevo, cuando después monta junto a la bailaora, Carmen Cortés, el “Ay Jondo” de Juan de Loxa, con la que recorren el mundo una vez más, cosechando éxitos por cada actuación.
Durante el tiempo que tuve responsabilidades en la edición del programa “Flamenco’s”, de Canal Sur TV, fui un día a entrevistarle a su casa sevillana del barrio de Triana. Quedamos a eso de la hora del aperitivo. Cuando llegué con el equipo de televisión, en el portal de aquella casa noble, ya se escuchaba de fondo de manera nítida, la 40 sinfonía de Mozart. Nos abrió la puerta y entramos a un patio con más de quinientas macetas, que él, descalzo y en bañador estaba regando personalmente con una regadera metálica de las de toda la vida. A la derecha tomamos asiento en su estudio personal, con cientos de libros apiñados en mesas y estanterías, discos de música clásica de todos los autores, en grabaciones de vinilo de la Deutsche Grammophon. Tanta cultura en un artista flamenco no era habitual. Hablaba dos idiomas, conocía a Platón y todos los clásicos, la lectura le apasionaba, incluida la contemporánea, y en sus brazos y sus pies atesoraba el arte más puro del baile flamenco, con el que recorrió el mundo en varias ocasiones, sin reclamar nunca la recompensa. Era un señor, de los pies a la cabeza.
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