viernes, 10 de agosto de 2018
EL MOSQUERO Y LINDARRAJA
EL MOSQUERO Y LINDARRAJA
Tito Ortiz.-
Era El Mosquero, un artilugio confeccionado principalmente por las gitanas del Sacromonte, que los bajaban a “brazaos” por la Calderería, camino de la Romanilla y el Callejón de Los Franceses, donde los vendían a peseta. Lindarraja significaba más que un mirador o patio Alhambreño.
Una caña como de un metro de larga, de cuya punta, amarradas con alambre fino, pendían al viento unas tiras de papel fino, manchadas con salpicaduras de anilina roja, eso era un buen mosquero, que servía para espantar a las moscas. No las mataba, pero las asustaba mucho, haciéndolas cambiar de posición. Eran los tiempos en que no todo el mundo podía permitirse el lujo de ir a la droguería para comprar “Flies”, que echábamos en aquel tonelito metálico, adosado a un cilindro con émbolo, que te permitía rociar a las moscas con veneno puro mal oliente. Las mataba, sí, pero te dejaba un olor en toda la casa, que ya no sabías si era peor aquello o aguantar a las moscas. También corrías el peligro de que cayera sobre alimentos o niños, y ya se armaba la de san quintín, así que un buen mosquero, aliviaba la situación de los molestos insectos. Y si lo tratabas con mimo, te podía durar hasta el verano siguiente, que eso ya era todo un triunfo.
TERTULIA
A principios de los setenta del siglo pasado, casi recién venido de su periplo hispanoamericano, y posterior ingreso en la Escuela de Artes y Oficios como profesor picapedrero, que se autodenominaba él, Pepe Castro Llamas, escultor de la tierra, comenzó a frecuentar la tertulia cultural que a diario manteníamos en “La Trastienda” de la placeta de Cuchilleros. Lo hacía del brazo de su inseparable amigo de juventud, el también escultor, Aurelio López Azaustre. Y entre los presentes, desde el poeta y escritor Arcadio Ortega, el periodista Alejandro Víctor García, el maestro Manuel López Vázquez, Enrique Pareja, director del Museo de Bellas Artes Alhambreño, Francisco González de La Oliva, de La Casa de Los Tiros, el catedrático, Domingo Sánchez-Mesa, mi profesor de farmacología, Emilio Puche Cañas, el poeta y profesor de la Universidad, Pepe Heredia, el guitarrero y guitarrista, Francisco Manuel Díaz, el cantaor, Jaime Heredia “El Parrón”, el pintor Pepe Cañas, el arabista, Miguel José Hagerty, y tantos otros, bajo el mecenazgo de nuestro anfitrión, Fernando Miranda. Y en aquel claustro apócrifo y anárquico, se debatía de lo divino y de lo humano, con tal vehemencia, que Pepe Castro, no dudó en ponerle como nombre a la tertulia, “El Mosquero”, porque argumentaba con pasión, que aquella Granada anquilosada y resignada a su destino, lo que le hacía falta es que alguien como nosotros, moviéramos las moscas, que siempre estaban revoloteando en círculo, pero sin moverse del mismo espacio. Y de aquellas sesiones, nacieron obras de arte plásticas, literarias, teatrales, y nuevos conceptos, a los que no eran ajenos, personajes como Juan Conde, o su hermano el pintor Jesús Conde. Allí se parió el primer disco flamenco, homenaje Blas Infante, grabado con la portentosa voz de, Juan Antonio Cuevas Pérez, “El PIki”, o el dedicado a ”La Piriñaca”, aquella mítica gitana que cuando cantaba por siguiriyas, decía que la boca le sabía a sangre. Camelamos Naquerar o la Macama Jonda, salieron de la tertulia “El Mosquero”, con la aportación de todos los presentes y ausentes.
LINDARRAJA
Haciendo un guiño con Lindaraja, mirador o patio de La Alhambra, otro grupo de intelectuales y artistas, también llevaron a cabo unas tertulias, sobre todo en La Alpujarra, donde se refugiaban con frecuencia, en la que no faltaban escritores como José María Garrido Lopera, el poeta Miguel Ruiz del Castillo, “Miguelón”, o el pintor José Ortuño, entre otros muchos, que llegaron incluso a tener dibujo enmarcado del nombre, “Lindarraja”, que aunque en su origen, significa:” El Ojo de La Casa de Aisa”, la reunión de los artistas e intelectuales que protagonizaban las reuniones, decidieron que en su anagrama distintivo, apareciera una parte de la anatomía femenina que se encuentra más debajo de los ojos. De ahí el chusco nombre de “Lindarraja”, con dos erres. Estas reuniones que surgieron espontáneamente en distintos puntos de la Tahá, durante el invierno fueron sucediéndose, bien en la taberna de “El Elefante “, junto a Enrique y su mujer, Encarna, uniéndose entonces entre otros, Pepe Ladrón de Guevara. También se desplazaban a las Bodegas San Luís, junto a las taquillas del Fútbol, en la calle Sarabia, y al Suizo, donde Miguelón solía cerrar la sesión con el recitado de uno de sus poemas, y la entrega a los presentes del mismo, en tarjetón impreso que sacaba de su bolso de mano. En algún momento, el periodista Gonzalo Castilla, levantó acta de muchas de estas sesiones, como notario de la actualidad.
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