miércoles, 29 de agosto de 2018
TEATRO EN EL PASEO DE LOS TRISTES
TEATRO EN EL PASEO DE LOS TRISTES
Tito Ortiz.-
Durante decenas de años, era habitual montar un escenario sobre las aguas del Dauro, en el Paseo de Los Tristes, y, sobre todo, en Corpus, que pasaran por sus tablas los mejores artistas del momento, actores, cantantes, y flamencos. La Compañía Tirso de Molina, Mocedades, Alberto Cortés o Antonio Mairena, eran de los habituales bajo la Alhambra iluminada.
Desde niño, mis padres me llevaron a ver las actuaciones del Paseo de Los Tristes. Recuerdo asistir al concierto de la diminuta, Jeanette, o a veladas de flamenco con los más grandes, presentados por Rafael Gómez Montero. Aquel escenario era el foco de atracción para las grandes actuaciones del Corpus, cuyos protagonistas utilizaban como camerinos, las habitaciones del hotel Reuma, plagado de cuentos y leyendas para todos los gustos, y que el resto del año permanecía cerrado a cal y canto, con fantasmas en su interior que daban alaridos y arrastraban cadenas. En más de una ocasión, hubo algún artista consagrado, que actuaba en el Festival Internacional de Música y Danza, y al coincidir éste con las actuaciones del Corpus, se quejó de que el sonido del Paseo de Los Tristes, llegaba hasta Los Arrayanes o Carlos V. En ese paraje sin igual vi a genios como Terremoto, Dexter Gordon, o Charo López, que desde entonces cautivó mi corazón. Aquel escenario, también quedaba instalado, hasta que se celebraban las fiestas del barrio de San Pedro, a finales de junio, para que toda la actividad vecinal se llevara a cabo sobre el.
COMPAÑÍA TIRSO DE MOLINA
Hace cuarenta años, La Compañía teatral, Tirso de Molina tampoco faltó a su cita con el Corpus en Granada, y puso en escena dos obras de Miguel Mihura: Maribel y la Extraña Familia, y al día siguiente, La Bella Dorotea. Dos preciosidades para reír y divertirse, que es lo que pega en Corpus. El reparto estaba encabezado por la genial, María Guerrero, ya en pleno declive, hasta el punto de que en algún momento de la representación se oía más al apuntador que a ella, pero iba acompañada por el acreditado, Fernando Delgado y una incipiente Charo López, que después rompería con todas las barreras de la interpretación, tanto en cine, teatro y TV. Completaban el reparto, Irene Daina, Alfonso Orrico, Carlos Pereira, Carmen Carro y Carmen Vidal, con Manuel Manzanaque como director, y una azafata de Un Dos Tres, que hacía sus pinitos en el teatro, llamada, Victoria Abril. La noche discurría en escena por todo lo alto, pero se había presentado una noche de esas fresquitas en Granada, hasta el punto de que cuando en el intermedio, pasé tras los decorados para intentar la entrevista con los protagonistas, me encontré a Charo López, frotándose los brazos de frío y castañeteando los dientes. Le ofrecí la chaqueta de mi traje previsor y conocedor de las madrugadas veraniegas de Granada, que no dudó en aceptar mientras charlábamos bajo la Alhambra en pleno cambio de decorados e iluminación.
LOS OJOS DE CHARO
La mirada de Charo López, cuando le puse sobre los hombros mi chaqueta, no me la he podido quitar de mi mente en cuarenta años. Su amabilidad, sencillez, aderezada con una sonrisa permanente mientras contestaba a mis preguntas, son medallas de las que une presume durante la carrera periodística. Mientras que Fernando Delgado declinó mi invitación a charlar unos minutos, élla, genio de la interpretación hispana donde las haya y por mucho tiempo, no dudó en atender a un periodista de provincias, entre tiritones y llamadas a escena. Algo impagable que me tiene con una deuda eterna hasta que me muera. La gran Charo López, concediéndome una entrevista, que luego, además tuvo la oportunidad de prolongar por escrito, desde el hotel de su siguiente parada en la gira, algo que me tiene a sus pies desde entonces. Era la noche del 29 de mayo de 1978, la luna encima y bajo ella, una Alhambra encantadora, que embrujaba el ambiente, en un lugar de privilegio, ¿qué más se podía pedir?
CORREO ORDINARIO
Yo quedé con Charo, en pasarle el resto de mis preguntas que excedían de los minutos de un descanso en el Paseo de Los Tristes, por escrito y a la dirección del hotel de su próxima parada, que si no recuerdo mal era por la vieja Extremadura. Yo cumplí lo prometido, pero lo más inesperado es que ella también. Jamás imaginé que mis preguntas por escrito tuvieran respuesta de aquella gran dama de la escena, y menos de su puño y letra. Cuando llegué aquella tarde a la redacción de Patria, y el conserje me dio la correspondencia a mi nombre, de entre todos los sobres, sobresalía por su grosor, uno apaisado con el membrete de un hotel. En varios folios, de esos que todos nos encontramos en el escritorio de un hospedaje, contestaba una por una mis preguntas, a mano, con una caligrafía espléndida y entendible. Querida actriz, mi gratitud eterna.
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