domingo, 26 de agosto de 2018
TORRENTE BALLESTER EN GRANADA
TORRENTE BALLESTER, EN GRANADA
Tito Ortiz.-
El autor de, Los Gozos y Las Sombras, vivó en el Hotel Alhambra Palace, una situación inusitada, impensable teniendo en cuenta la importancia y valoración de su obra literaria, en una España que reconocía su éxito y movía hilos para solicitar el Nóbel, como reconocimiento a su genial trayectoria.
Se quejaba – y con razón – Gonzalo Torrente Ballester, que a esas alturas de su vida, fuera a pasar a la historia por haber sido el autor, de una obra adaptada posteriormente para TV, y que obtuvo el mayor éxito imaginable de la época. Hombre adusto, de justas palabras, hablar pausado y volumen exacto, se consideraba descolocado en el tiempo, como si hubiera nacido más tarde que sus coetáneos ideológicos, y éste mundo no fuera el suyo, sino, el de otros. Ni mejor ni peor – argumentaba – pero no el suyo. Con el toque justo de misoginia, al igual que sus compañeros de generación, no era un abanderado de la igualdad femenina, ni de los derechos de las mujeres, pero tampoco se posicionaba en las trincheras del machismo más recalcitrante. El tratamiento que en sus obras dio a los personajes femeninos, pasa por el costumbrismo de su tiempo, y por los tópicos, aunque eso no los hace fáciles ni muchos menos. Muy al contrario, las mujeres de su obra, siempre tienen atractivos matices, y líneas caracterológicas de una contundencia literaria sin igual. El gran escritor al que solo le faltó el Nóbel, obtuvo por méritos propios entre otros, los máximos galardones de la literartura como el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, y el Nacional de Narrativa.
GOZÓ Y SUFRIÓ CON EL RÉGIMEN
Antes del estallido de la Guerra Civil Española, viajó a París con intención de realizar su tesis doctoral y allí le sorprendió el golpe de Estado. Tras dudarlo, regresó a España en octubre, para estar con su familia. Desde el autobús que le llevaba a casa vio en las cunetas cadáveres de víctimas de la represión. Su padre exclamó a modo de saludo: «¿No sabes que han fusilado a muchos de tus amigos?». Siguió la recomendación de un sacerdote de su confianza y se afilió a la Falange. En 1962 firmó un manifiesto en defensa de los mineros asturianos en huelga, lo que le costó perder su puesto de trabajo en la Escuela de Guerra Naval y sus colaboraciones como crítico en Radio Nacional, y Arriba. Publicó "La Pascua triste", última parte de la trilogía "Los gozos y las sombras". En 1963, la escasa acogida de su Don Juan, y su pelea con la censura por defender esta obra, le desanimaron de la escritura. Pero esa rabieta le duró poco. Después vinieron auténticas obras de arte en la literatura.
ALHAMBRA PALACE
Anuncióse la llegada a Granada del prócer de la letras gallegas, con la intención de presentar nueva obra y conferenciar en torno a ella, para lo cual, la prensa fue citada a la hora del atardecer, junto al piano del recibidor del hotel alhambreño, y allí estábamos a la hora acordada, una media docena de periodistas locales, número excesivo entonces, si tenemos en cuenta que aún no existían las televisiones locales ni autonómicas, ni Radio Nacional de España tenía instalaciones en Granada. Nos fueron acomodando en unos incómodos sillones, en derredor de un sofá que todo el mundo soslayaba a la hora de elegir asiento, presumiendo que al estar en el centro y frente a los demás, sería el sitio donde sentaría el escritor. Apareció don Gonzalo. Traje gris marengo cruzado, zapatos negros, corbata oscura y camisa blanca, más sus inconfundibles gafas, de gruesa pasta y cristales ahumados casi negros. Se acomodó, cruzó una pierna sobre la otra y dijo: Cuando ustedes quieran. Todos los periodistas nos miramos, y al ser todos varones, a excepción de una compañera de medio escrito, nuevo y pasajero, con un gesto le brindamos la oportunidad de que hiciera la primera pregunta. La compañera apretó el bolígrafo sobre la libreta que sostenía y espetó con voz altanera: Don Gonzalo, ¿a qué edad comenzó usted a pintar? Aquello retumbó en el salón del hotel, como si hubiera explotado un obús, nosotros nos quedamos enmudecidos de pavor, y don Gonzalo, ajustándose la gafa a la nariz por la patilla, nos dijo sin mirarla a ella: ¡Señores, la rueda de prensa ha terminado! Se levantó y dirigió al ascensor y en ese momento que me estaba recuperando del pasmo, salté y corrí hasta la puerta que sujeté con una mano, mientras le imploraba: Perdónela don Gonzalo. La chica es novata de un medio escrito que también lo es. Yo le ruego que nos permita entrevistarlo, discúlpela, pero nosotros conocemos su obra y trayectoria, y sabe dios cuándo volverá usted por aquí, se lo ruego vuelva al sofá. El ofendido escritor, volvió a ajustarse la gafa a la nariz, ésta vez con el dedo índice sobre el puente, y dijo mirando al suelo: Lo hago por usted. No soporto la incultura.
Al verme regresar con él, los compañeros respiraron hondo. Al pasar junto a ella, yo la miré y puse mi dedo índice en vertical sobre mis labios, lo entendió, porque permaneció muda durante toda la rueda de prensa. Finalizada ésta, el viejo escritor, se levantó, me dio la mano, la levantó para despedirse del resto, y dirigió de nuevo sus pasos hasta el ascensor. La información estaba salvada. Lo celebramos con una cerveza, en el kiosco de madera pintado en verde, que había frente al hotel, brindando entre carcajadas por el autor de Los Gozos y Las Sombras.
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