sábado, 18 de agosto de 2018

PALACIO MUSICAL DE LOS CAICEDO

PALACIO MUSICAL DE LOS CAICEDO Tito Ortiz.- Muchas de nuestras casas nobles granadinas, de no haberles dado una utilidad pública, ya habrían desaparecido. Es verdad que su mantenimiento y adaptación a las necesidades docentes, casi siempre van descabalgadas en el tiempo, pero son joyas que debemos conservar. No todos los conservatorios de España son Reales, solo el nuestro y el de Madrid. Y tampoco tienen la suerte de albergar sus enseñanzas en un palacio como el que nos ocupa, construido avanzado el siglo XVI como la casa de Los Rueda, y dos más tarde, ya en manos de Luís Beltrán de Caicedo y Solís, primer Marqués de Caicedo. Pasados los años, y para no perder esta joya, aquí se instaló el Instituto de Enseñanza Media de Granada, después la Facultad de Farmacia, y por fin, avanzado el siglo XX, el Real Conservatorio Superior de Música “Victoria Eugenia”, título que solicitó, Isidoro Pérez de Herrasti, Conde de Padul, y que le concedió el rey Alfonso XIII, al inicio de los felices años veinte. El camino para llegar hasta este palacio ha sido tortuoso y lleno de instalaciones provisionales, como las que yo conocí en Condes de Gabia o, la calle de Las Tablas. Recuerdo los esfuerzos de Dámaso García Alonso, y Julio Marabotto Brocco, entre otros, por lograr una sede digna para la enseñanza musical en Granada, topándose una y otra vez, con el mirar hacia otro lado de la administración. NADIE QUERÍA SABER NADA Soy consciente de que instalar aire acondicionado o calefacción en un edificio histórico es una odisea, a veces insalvable, y aunque esto que relato no lo justifique, recuerdo en aquellas sedes itinerantes de mi juventud, como se daban clases en crudo invierno con los guantes puestos, o con estufas eléctricas traídas de casa por alumnos y profesores. En 1967, dicen que la administración va a resolver el problema, argumentando unas obras de restauración cortas, para las que ni siquiera se saca el mobiliario, pero once años más tarde las obras seguían empantanadas, y su director, Julio Marabotto, cansado de llamar a las puertas que nunca se abrían. En 1978, el edificio de la Institución Riquelme que ocupaban provisionalmente sale a subasta y deben abandonarlo a la mayor brevedad, además de que habían tenido que cerrar aulas por un derrumbe a causa de las lluvias. Los suelos cedían y las paredes se agrietaban. En ese tiempo transcurrido, las obras del palacio que se presupuestaron en cuatro millones y medio de pesetas ya iban por veinticinco millones, a lo que había que añadir los destrozos en el mobiliario docente, incluidos la pérdida de instrumentos por causas de las obras, con pianos inservibles, entre otros. LA ESPERANZA TRUNCADA Les mantenía la ilusión de que una vez finalizadas las obras, anexo al palacio se estaba construyendo un auditorio con el que todos soñaban, y confiaban en los buenos auspicios del entonces Rector de la Universidad, Antonio Gallego Morell, que no cesaba de hacer gestiones en Madrid para acabar con el calvario de nuestros futuros músicos y profesores. En aquel mes de junio de 1978, había venido a Granada para asistir al Festival Internacional de Música y Danza, el recién nombrado Comisario General de Música, Jesús Aguirre, en quién tenían puestas todas sus esperanzas. Con tal motivo, un grupo de profesores de nuestro conservatorio, encabezados por su director, Marabotto Brocco, fueron a cumplimentarlo y a comunicarle su deseo de que, tras once años, las obras finalizaran y pudieran retornar a su centro, pero cuando estaban a tan solo unos metros de él, el máximo responsable de la música en España se negó a recibirlos, advirtiéndoles que, para eso, tenían que solicitar cita a su secretaria en Madrid. El jarro de agua fría, helada, los dejó sin palabras y se dieron educadamente la vuelta cabizbajos, pensando en como le iban a contar aquel bochornoso espectáculo a los más de mil alumnos matriculados ese curso, aunque las solicitudes casi habían duplicado esa cantidad, pero no había sitio donde cobijarlos. Nada más que en piano y guitarra, había más de setecientos matriculados, entonces. Algo bueno saqué de aquella entrevista con el desesperado director del conservatorio hace 40 años. Durante todo el tiempo que estuvimos hablando, en sala contigua, Susana Mederer, se estaba examinando de quinto curso de piano, con una interpretación extraordinaria de Albéniz. Julio me despidió con estas palabras: Seguiremos enseñando música, aunque nos obliguen a hacerlo, sin más techo que el cielo, y sin más silla que una piedra. Todo sea por la música y por la estupenda cantera que hay en Granada. La historia de nuestro Real Conservatorio nunca ha sido un camino de rosas, y si no, se lo preguntaremos a Ángel Barrios, lo más tarde posible, eso sí, que lo dirigió en años trágicos para España.

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