lunes, 29 de agosto de 2016

ALGARROBAS

ALGARROBAS Tito Ortiz.- ¡El niño tiene diarrea ! Corre a por algarrobas. Y ante el grito, había que salir rápido hasta encontrar un algarrobo y arrancarle un puñado de sus vaínas de color negro rojizo. Las algarrobas fueron remedio y golosina de los pobres, en aquellos años cincuenta en lo que todo era tan escaso y caro. Había que agudizar la imaginación. Y lo mismo que cuando el niño estaba extreñido, se le metía por el ano, una hoja de geranio por la parte del tallo, y el atasco estaba resuelto, cuando el organismo producía lo contrario, la solución estaba en las algarrobas. Si el niño era zagalón, se le quitaban las pepitas interiores y se le decía que a bocado limpio. Si era más pequeño, se trituraba la algarroba en el mortero, y aquella arina se le daba a cucharadas, con sorbos pequeños de agua. La algarroba fue en muchas ocasiones golosina de premio por haber hecho algo bien, incluso, sustituyó durante años, al Colacao. No pocas madres las trituraban por la noche, las metían en un una lata vieja, y por las mañanas se las daban diciéndoles que era el que anunciaba la radio con aquella canción de... Es el colacao desayunos y meriendas, lo toma el futbolista para entrar goles, también lo toman los buenos nadadores. Si lo toma el ciclista se hace el amo de la pista, y si es el boxeador, pon, pon, pon, boxea que es un primor. es el col... Después con el tiempo salió una competencia llamada, Toddy, pero no había color, el sabor del Colacao, era muy especial y muy difícil de imitar. Volviendo al asunto de las algarrobas contra la diarrea, había que tener mucho cuidado, porque como el sabor era agradable, si te pasabas en la dosis, corrías el riesgo de producirte un atranque, que luego hacía necesaria la lavativa. El asunto es que había que ser un experto en saber que algarrobo era bueno y cual no, porque había otra clase de algarrobas, a las que llamaban "locas", que si te las comías, pues eso, que te volvías majareta, o al menos eso decían. Ocurría lo mismo con un tipo de castañas. Por ejemplo, unas que se criaban en los bosques de la Alhambra, los guardas del recinto, con su escarapela en el sombrero y su bandolera blanca, te decían que no se te ocurriera echártelas a la boca, porque o te volvías tonto, o palmabas. Pasaba algo así como con las setas, que más de uno se ha ído al otro barrio, por no saber distinguir la venenosa, de la que está de muerte en la sartén, con ajo y perejil. La algarroba además de haber quitado muchas hambres después de la guerra, resultaba ser un alimento ideal para mucha clase de animales, aparte del hombre. De hecho, se recomendaba a las recién paridas, por sus propiedades para convertir la leche materna, en un alimento completo para los bebés. Los curanderos la mandan comer para combatir los cálculos en el riñón, para la buena circulación de la sangre, y para retrasar el envejecimiento. No era extraño, que en algunos puestos de chucherías, el hombre tuviera a mano una talega llena de algarrobas, que vendía al módico precio de una perragorda la unidad. Se decía que si comías muchas algarrobas, nunca te quedarías calvo. Eso sí, había que cogerlas de algarrobos cuanto más viejos mejor, porque el árbol no da su fruto hasta pasados ocho años, por eso que se valoraran más, las procedentes de los más vejetes. Aunque algunos historiadores mantienen, que es la algarroba la precursora del quilate, la verdad es que también ha servido de trueque. Aquellos viejos traperos que iban por las casas, con un enorme atillo a la espalda, pidiendo la ropa vieja, usada o la que ya no te ponías, solían darte a cambio, dependiendo de las prendas que le entregaras, una taza, un plato, un tazón para el café de malta migado por la mañana. Y bien por si lo que le entregabas era de poca cuantía, o para completar la loza ofrecida, solían tirar de algarrobas, sobre todo si había niños delante, porque sabían que nos tirábamos a por ellas con los ojos cerrados. El truco estaba en cuando estaban a mitad del trato, decirle a la mujer: Venga señora, entre y rebusque por los armarios no se vaya usted a dejar ahí algo que no le sirva, que ya hasta dentro de dos meses no vuelvo. Entonces cuando se quedaban a solas con los niños, sacaban una algarroba para cada uno, y aquello forzaba la tasación a la baja, porque ya la mujer no se echaba atrás, viendo a los críos tan contentos, y con los labios enmarronados de masticar tan preciado fruto. Un viejo truco de trapero avezado, cuyo comer dependía del trato ventajoso que sacara de cada casa, llevándose la ropa vieja. También fue el pago muchas veces para los engrasadores. Aquellos hombres de humildísima condición, que portaban una lata llena de un aceite negruzco, y que atada a una caña, llevaban una brocha, para engrasar las vías de las persianas metálicas de los cierres comerciales. En no pocas ocasiones, lejos de unos céntimos o una peseta, su pago era un puñado de algarrobas, que guardaban con primor hasta llegar a casa. Seguiría escribiendo de la algarroba y sus parabienes, pero es que... me ha dado un apretón.

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