miércoles, 24 de agosto de 2016
LOS BILLARES
LOS BILLARES
Tito Ortiz.-
Se llamaban recreativos, pero nosotros les llamábamos billares. En la parte de la calle Ganivet, que va desde la cochera de Correos, hasta la esquina de la calle entonces, Comandante Valdés, se extendía un semisótano con mesas de billar, pero de billar, o sea, una bla blanca y dos rojas, no ese moderno que las lleva a colorines. También había futbolines, que por una peseta, soltaban hasta siete bolas, para que juagaras un partido sin posibilidad de empate. Los billares, eran nuestra ilusión, por lo bien que veíamos por los cristales que se lo pasaban los mayores, porque a los pequeños no nos dejaban entrar, si no íbamos acompañados por un adulto. El billar que allí se juagaba tenía una mesa sin agujeros, las carambolas tenían más mérito cuantas más bandas de la mesa tocara la bola del jugador, antes de hacer acarambola. Mí madre me tenía prohibido acercarme , incluso, a las ventanas, porque decía que allí se reunía lo peor de Granada. La delincuencia juvenil, y no tan joven, tenía allí - según ella - su cuartel general, y lo único que se aprendía en los billares era a delinquir. Siempre había curiosos alrededor de las mesas donde se jugaba, a veces, dinero aunque estaba prohibido. El juego con recompensa económica estaba prohibido en todo el país, pero en la Peña de Los Monteros, y en el Club Taurino, eran famosas las partidas de cartas con miles de pesetas en juego. Se llevaban a cabo en los reservados, donde no se podía entrar si no eras socio, y además llevabas la cartera llena. Los mirones no eran aceptados. En los billares de Ganivet, cuando la partida iba seria, se notaba porque los jugadores, llevaban un chaleco puesto, y la tiza azul para el taco, se la guardaba cada uno en su bolsillo. En los futbolines había auténticos hachas en el manejo de los barrotes metálicos con los futbolistas atornillados. Ya lo de cía mí padre, cuando se refría a algún amigo tacaño: Ese se estira menos, que el portero de un futbolín. Estirarse era meterse la mano en el bolsillo para pagar la ronda. En la Granada de entonces era una afición muy cultivada.
Los domingos se ponían tan concurridos los billares, que a veces había que irse a los otros, los situados en la esquina de Recogidas con la calle Alhóndiga, frente a la cafetería del Hotel Victoria. Allí también se creaba buen ambiente, y en ambos había mesas para jugar al ping pong. Más tarde nos enteraríamos de que aquello se llamaba Tenis de Mesa, y de que Orfer, era un auténtico fiera en éste deporte, que llegó a practicarse en el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada, en la Acera del Casino. Juan García Collado, el hombre de las cuentas en Radio Popular, fue un decisivo impulsor de éste deporte en Granada, al que todavía hoy no se le ha reconocido su entrega. "Maese", como lo llamaba, José Antonio Lacárcel, era un hombre en el sentido machadiano, bueno, que dedicó gran parte de su vida a promocionar el tenis de mesa granatensis.
Hay que reconocer, que pese a lo pernicioso del ambiente de los billares, donde la policía entraba con frecuencia buscando a algún descarriado de la vida, de allí salieron también buenas gentes que no delinquieron nunca, y otros que llegaron a ser campeones de billar, buenos jugadores de futbolín, o practicantes federados del tenis de mesa. Eran tiempos en los que las diversiones se resumían en billares, o cine, y la juventud tenía que meterse en algún sitio, pero eso sí, la juventud masculina, porque las mujeres tenían prohibida la entrada. Aquellos antros de perversión eran exclusivos de los hombres, hasta el punto de que en el barrio, no te consideraban un adulto pleno, sino habías estado con frecuencia en los billares, y habías departido con su especial clientela. No eran infrecuentes las trifulcas, que solían saldarse con algún puñetazo o un taco de billar roto en la cabeza, nada que no se pudiera solucionar en la cercana Casa de Socorro, o en la Comisaría de Piedra Santa, donde el bueno del inspector Carrascosa, que después estuvo destinado muchos años en el Aeropuerto, intentaba poner paz, entre los acalorados jugadores. Unos porque habían perdido hasta la paga recién cobrada del mes, y otros, porque no habían visto ni una peseta de lo apostado, pero como el juego con dinero estaba prohibido, la cosa no llegaba mucho más allá.
Los billares comenzaron a perder clientela, el día que una vez derribado el Teatro Cervantes, se levantó en sus cimientos el edificio actual, y en sus bajos, con entrada por el Campillo y por Ganivet, instalarón la primera bolera de Granada. Muchos fueron los que cambiaron de afición, y aprendieron a derribar los bolos, y también cierto ambientillo del hampa granadina se trasladó al local, hasta que un aciago día en una trifulca, de un mal puñetazo, resultó un fallecido, y la bolera cayó en desgracia. Frente a su puerta de entrada instalaron también la primera Pizzería de granada, que vendía porciones genorosas, de algo que después se ha popularizado tanto, que nos ha invadido. Pero donde se ponga un buen bocadillo de las Bodegas La Mancha...
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