miércoles, 10 de agosto de 2016
LOS MASCARONES
LOS MASCARONES
Tito Ortiz.-
En las cuatro esquinas del Albayzín, tenía Pepe su bar de "Los Mascarones", por estar a tan solo una zancada de la famosa casa, donde el ilustre José de Morá, moró y realizó el Cristo del Silencio. Pedro Soto de Rojas, gloria de nuestras letras escribió allí su Granada, Paraíso Cerrado. Carmen del siglo XVI, era tal la importancia de su enclave, que sirvió incluso para el reparto de aguas al barrio y alrededores. Casa noble construída sobre palacete árabe, se dice que pudo albergar siniestras pinturas bajo la cal de sus paredes, pero de lo que hay constancia es de sus jardines hermosos, con árboles frutales y flores de todas clases, como prototipo ideal de carmen albaycinero. Allá por los años veinte, en tiempos del charlestón, Federico García Lorca, tuvo a bien recuperar la figura de Soto de Rojas, canónigo de la iglesia de El Salvador, nuestro ilustre del siglo de oro, recitando sus poemas en público para general conocimiento de unas gentes que habían olvidado pronto, a tan insigne hombre de letras.
Los Mascarones, era un bar que los parroquianos frecuentaban. Pepe, rubio como la cerveza, se mostraba cordial y afectuoso, y departía con la clientela sus alegrías con el Recreativo de Granada, además de ser un buen pelotero. Era tal su magnetismo, que desde Haza Grande, El Sacromonte, o el mismo centro urbano de la ciudad, eran muchos los que se desplazaban hasta su local, para degustar un buen caldo en grata compañía, y no era infrecuente, poder escuchar espontáneamente en el local un buen cante por derecho, no necesariamente de artista consagrado - que también - sino de cualquier lugareño, pues el barrio ha tenido a gala, tener excelentes entendidos y practicantes en el cante hondo, que de vuelta a casa del trabajo, se echaban una copita de vino al gaznate, y soltaban por la boca, gloria bendita del cante grande. eso, hasta que la parienta con los churumbeles de la mano, se acercaba a la puerta sin entrar, y gritaba deseperada: ¡ Manolo! que la comida se te ha quedao helá como la calle. Momento en que el Manolo, avergonzado, daba por concluído el recital, y salía pitando para la casa, con los chiquillos tirándole de los pantalones. Porque las albaycineras han tenido siempre mucho carácter.
Quiso Pepe el de los mascarones ensanchar ganancias, y puso en la parte superior del bar, una discoteca. Cosa discreta. Poco espacio anteriormente dedicado a vivienda familiar, tenía las medidas justas para las amistades y conocidos. Sin leteros lumninosos y sin propaganda, Pepe consiguió que los asiduos nos diéramos cita con las parientas. El local, con poca luz y la música a volumen en el que se puede hablar sin desgañitarse, tuvo éxito desde el primer día. Es una pena que esa costumbre del volumen musical se haya perdido, y hoy las discotecas se hayan convertido en lugares exclusivos para sordos. La de Los Mascarones, era un refugio de almas serias, de novias formales, de parejas consolidadas, donde se bailaba agarrado con la música de Valen, Doménico Modugno, Adamo, Sylvie Vartan, o Mireille Mathieu. Todos menos Raphael, al que los hombres le habían declarado la guerra, por el solo hecho de que, era que les gustaba a todas las mujeres.
La cena se resolvía ràpido. A tan solo unos metros, pasando por los telares, en Casa Torcuato, se podía degustar una buena raciónn de gloria bendita, y después a llevar a la novia a la casa para estar allí a las diez, como mandaban los cánones, o los suegros, que nunca he sabido quién mandaba más. La tarde del domingo se había echado a la moda y costumbre de entonces, con la naturalidad con la que una pareja de novios se abría una cartilla en la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada, para ir juntando lo necesario para el ajuar y la boda, que llegaría años después, cuando ya sonaban otras músicas, como las de los Ángeles, Los Amis, Los Catinos, o La Charanga del Tío Honorio, sin olvidar a los Beatles de Cádiz.
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