martes, 2 de agosto de 2016

REFRESCOS

6-RESFRESCOS Tito Ortiz.- El convento de San Gregorio Bético, situado en la placeta del mismo nombre, en la frontera de la Calderería con el paredón de su cuesta, San Juan de Los Reyes y Cárcel Alta, es un trozo importante de la historia de ésta ciudad, sobre todo si tenemos en cuenta que San gregorio fue durante un tiempo considerado patrón de Granada, dada su condición de Obispo de Ilíberis. Pues en su puerta, larga es la tradición de colocar puestos y tenderetes de todas clases. Que yo recuerde, en la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, desde los cabreros que ordeñaban a los animales para vender la leche fresquita a los vecinos en la esquina del templo con la cuesta, hasta puestos de melones, pasando por los de higos chumbos que vendía mi abuela Ana, muchos fueron los comercios efímeros, que durante unas horas, ocupaban la entrada al convento, hoy de Clarisas en absoluta clausura. De todos los puestos, recuerdo con especial cariño el de chucherías, de la señora Otilia, que en una mesilla de tijera, ofrecía a la chiquillería, desde pipas con sal, maní, garbancillos tostados, pastillas de café con leche, pictolines, chicles y sobre todo, en verano, refrescos. Aquellos refrescos artesanos que la señora nos vendía por dos reales de peseta, eran toda una delicia de la época. Ella conservaba en un cubo de zinc tapado por un saco para que tardara en derretirse, un cuarto de barra de hielo, comprada en La fábrica de hielo "La Siberia", del escudo del Carmen, y con una especie de peine metálico de anchas púas, raspaba el bloque y aquellas virutas de hielo, las vertía en un vaso, al que añadía un jarabe de distintos colores según el sabor. El propio de la fresa, el verde para la menta, o el marrón oscuro para el de zarzaparrilla. A continuación un buen chorro de agua de un pipo resguardado a la sombre, y el delite estaba servido. Lógicamente, aquellos refrescos caseros no podían compararse, con los de "El Támesis" en La carrera de La Virgen, con su soda fresquita, pero para nosotros era todo un festín, cuando nuestros padres, una vez al mes nos daban las cinco perragordas que nos permitían saciar la sed de aquellos veranos, en la puerta de San Gregorio. Con un poco de suerte, el momento podía ser acompañado de un buen cante flamenco, proveniente de la cercana taberna, "El 22", donde a sus puertas los parroquianos bebían vino en porrón mientras se echaban una partida a las cartas, normalmente, a la ronda o el julepe. En la taberna había un letrero de cerámica a la vista de todos, donde se leía, "Se Prohibe el Cante", pero algún chusco había escrito bajo el con tiza la palabra, "malo". Así que el dueño dependiendo del personal presente, permitía que los flamencos se divirtieran, lo que pasaba es que entre vino y vino, entre trago y trago al gaznate de aquellas botellas de anís rellenadas con blanco peleón, tapadas con un corcho que a través de un agugero introducía un cañilla hueca, que al volcar la botella hacia el servicio de un surtidor, los cantaores se picaban, y se desafiaban a fandangos, por ejemplo, a ver quién lo hacía mejor y en ocasiones el perdedor, herido en su amor propio, tiraba de navaja, y la cosa terminaba en la casa de socorro y en comisaría. De ahí que no fueran pocos los taberneros que en aquellos tiempos, guardaban bajo la barra, una buena estaca de considerables dimensiones, que en no pocas ocasiones, evitó males mayores, aunque recuerdo alguno en La Cruz Verde, que no era un palo precisamente lo que ocultaba, para en caso de bronca, darla por finalizada... pero para siempre. La Cuesta de san Gregorio, ha tenido y tiene ilustres vecinos, desde altos responsables de la casa real, al cantaor Enrique Morente, el poeta Juan de Loxa, y en siglos atrás, dignísimos mandatarios de la nobleza, cuyos vestigios se pueden orservar aún en algún portal. Pero sobre todo ha servido para introducir a la Granada urbana, en un barrio irrepetible, que ahora agoniza. El Albayzín.

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