jueves, 11 de agosto de 2016
LA CASA ÁRABE
LA CASA ÁRABE
Tito Ortiz.-
En mi barrio del Albayzín, en la calle del Agua, antes de llegar a las cuatro esquinas, esta la calle, Pardo. Una calle o callejón, que va hasta la plaza de Fátima. A los pocos metros de inicar su andadura, a mano izquierda, está la casa árabe. Ya desde la reja se divisa un patio tentador, con todo el artesonado y la verde decoración en la que no falta un pozo. Es el patio que todo hombre ha soñado alguna vez, en tarde de siesta en hamaca y botijo a la mano. Es un rincón hermoso de mi barrio, que en los años setenta disfrutamos con placer. De nazaríes a moriscos, pasando por cristianos, todos en su medida han crontribuído a que ésta joya se haya mantenido en el tiempo. De estancias medianas y pequeñas, conectadas por estrechos pasillos, ésta casa fue bar de copas o discoteca, según se interprete, conservando su aspecto morisco, y sobre todo, su embrujo. Con sólo la publicidad del boca a boca.
Su patio de entrada, ya dejaba boquiabiertos a los que la visitaban por primera vez, y no son pocas las fotos que en el se han hecho. Su mudéjar, ganaba en prestancia cuando orgulloso explicabas, que la casa se asentaba sobre restos de la civilización romana, que por cierto, estuvieron aquí antes que ellos. Algo de nuestro pasado que hay que recordar más, porque parece como si la historia de Granada, se justificara exclusivamente al nombrar nuestro pasado musulmán, y Granada es mucho más que eso. Como lo es su amplia riqueza monumental, eclipsada por La Alhambra, Granada es más que el monumento de la colina roja. Pero volviendo al barrio cantaor, y a la casa en cuestión, hay que destacar de aquella época en la que albergaba parejas cariñosas, ante todo la discrección de su personal. Que fueras con la oficial, o no, siempre te saludaban lo mismo, sin tomarse un ápice de confianza. Entonces no era extraño, que a eso de las diez, tu te despidieras del local con tu novia para llevarla a casa, como mandaban las buenas costumbres, y que a eso de las once, ya estuvieras allí, con otra compañía, tal vez más cariñosa. Por eso la discrección era un valor ha tener en cuenta. Allí ningún camarero te iba a decir aquello famoso de: Caballero me parece que antes se ha dejado usted las gafas. Cuando en realidad tu le habías dicho a la acompañante, que era la primera vez que ibas allí.
Lo más conseguido del lugar era la iluminación. Escasa y de tonos azules y rojos, de tal manera, que los camareros llevaban una linterna para que en el momento de abonar la consumisión, tu vieras en condiciones el dinero que estabas entregando, y el que te daban de vuelta. A veces la linterna, para que no pareciera un acomodador del cine, era sustituida por un oportuno mechero, llamado modernamente, encendedor. El lugar, de comodidad justa, con cojines de espuma que pronto se calentaban, era propicio para la cercanía cariñosa, que desemboca en el calentón, pero de incomodidad imposible para llegar a mayores, a no ser que las criaturas fueran contorsionistas, con elevado entrenamiento. Mientras ella degustaba el imprescindible san francisco, tu dabas cuenta del cubalibre de Gordons, y como la cosa estaba corta de parné, pues a echar la tarde lo mas acaramelado posible.
Claro que si estábamos en verano, la oferta se diversificaba, y había quién optaba por el carmen de Aben Humeya. El lugar frente a la Alhambra, constituye un espacio paradisiáco, que entonces se disfrutaba en sus jardines, pero que en realidad lo que había que hacer era llegar lo más temprano posible, para poder hacerse con uno de los asientos de obra con cojín, situados en la parte superior, a modo de balconada a la gloria. Frente a tí, La Alhambra, Sierra Neveda y el cielo de Granada. No cabe mayor gozo. En aquellos años, cuando la noche entraba en clave de madrugada, los responsables del local, te obsequiaban con una manta camera, de peso y grosor justo, para que aguantar arrebujado con la parienta, los rigores del fresquito de Granada, envueltos en aroma a galán de noche. Maldecías como un poseso, cuando ella decía aquello famoso de ... tenemos que irnos, y en cuanto te levantabas, un racimo de parejas que aguardaban agazapadas en el jardín, salían disparadas como por un resorte a coger tu sitio, que más de un enganchón hubo por asegurar el.. yo lo ví primero. Conatos así se repetían cuando alguno iba al servicio, creyendo que te ibas. Alguien cansado de esperar te escupía a la cara con odio: ¿se marchan ustedes ya?, y cuando decías que no, rechinaban los dientes de ira. Y es que aquel palco a la gloria de carmen de Aben Humeya, estaba más cotizado que una plaza a notarías. Era aquel un Albayzín de músicas adecuadas en volúmen y estilo, de wodka con naranja y gin tonic de Larios, de bajar desde San Cristóbal a plaza Nueva sin temor a que te ocurriera nada, fuera la hora que fuera. Era una Granada, más humana.
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