lunes, 15 de agosto de 2016

EL TEATRO DE JUVENTUDES MUSICALES

14-GRUPO DE TEATRO DE JUVENTUDES MUSICALES Tito Ortiz.- Estaba Jaime de Mora y Aragón, en un programa del único canal de televisión en blanco y negro. Tocaba al piano música inolvidable, mientras sucesivas señoritas le mostraban su muñeca derecha, él olía a discreta distancia, e inmediatamente, decía el perfume que la elegante dama llevaba puesto. No falló ni uno, de casi una docena de los que pasaron por su nariz, noble, de alta alcurnia, como correspondía al hermano de la reina de Bélgica, aunque todos sospechábamos, que el rey Balduino haría pocas migas con Jaime, dada su vida alegre, y la contraria del monarca afincado en Motril. En un momento, Don Jaime dejó de tocar el piano, y sin venir a cuento, alabó el arte de Talía, los clásicos de la escena y el buen teatro que se hacía en España. Yo todo lo que sé de teatro, me lo enseñó Antonio Velasco, cuando él dirigía el grupo del Teleclub de Haza Grande. Inaugurábamos entonces la década de los setenta, y Velasco era todo un artista a la hora de burlar la censura de la dictadura, y poner sobre las tablas obras con denuncia, o contenido concienciador, perseguidas entonces por el censor, que tenía su despacho en la delegación del Ministerio de Información y Turismo de Manuel Fraga, en la Plaza de Isabel La Católica, donde también teníamos que llevar los guiones, de todo lo que las emisoras de radio iban a decir ese día, para que dieran el visto bueno, o lo tacharan. Era la libertad de entonces. Yo era por entonces socio de Juventudes Musicales y, el bueno de Dámaso García Alonso, le pidió permiso al presidente, José Luís Kastiyo, para encargarme a mí la misión. Mi experiencia como actor me dictó que lo bueno era ofrecerle la dirección del nuevo grupo teatral a Antonio Velasco. Le organicé una entrevista con Dámaso, y el resultado de la misma fue, que el entonces secretario de Juventudes Musicales, me confió a mí la selección de los componentes, y la dirección de los actores y actrices. Pronto se publicaron las convocatorias en Ideal, Patria y La Hoja del Lunes, lo que ahora modernamente se llama casting, se llevó a cabo en la sede de la asociación musical, en Campillo bajo 32, segunda planta. Estrenamos en el Centro Artístico Literario y Científico. Pusimos de largo el grupo con, Los Árboles Mueren de Pie, de Alejandro Casona. Los sábados y domingos, que cerraba Juventudes, ensayábamos en la peluquería de Pepe Franco, en la calle Damasqueros. Encarnita Pín se encargó de los decorados, Paco, el sobrino de Píter, de los efectos especiales, y vino al estreno para hacer la crítica en Ideal, Pepe Ladrón de Guevara, y para Patria, Emilio Prieto. Después llegaron títulos como, La Camisa, de Lauro Olmo, o Las Mujeres Los Prefieren Pachuchos, de Alfonso Paso. Pronto el grupo se convirtió en una gran familia, de la que incluso salieron algunas parejas. Sensi Contreraz, Concha Barrales, Ricardo José Escudero, Antonio Prieto, o Antonio “El Madriles”, son solo una panojilla de nombres de la veintena larga de componentes, a los que habría que añadir los seguidores como Paco, “El Segovilla”, apodado así por José Antonio Lacárcel, por su virtuosismo con la guitarra clásica. Cuando decidí cambiar de rumbo mi vida y mudarme a San Sebastián, cogió las riendas de la dirección, Alfredo José María Curiel Aróstegui y de La Plata, mucho más curtido que yo en éstas lides, y que le dio un gran impulso a la formación. Alfredo venía del grupo de teatro Popular, que dirigía Manuel de Pinedo, que entonces se dividía entre el banco, la Universidad, y su teatro. Urbano Grandier, Llama un Inspector, La Silla, de Ionesco. Era una delicia verlos ensayar en el Centro Artístico, ellos tenían más nivel que nosotros, y su teatro era más comprometido. Curiel elevó el tono teatral que yo dejé, y llegó a estrenar en el Isabel La Católica, obras inéditas como, Los Pasteles, o El Ovni, de José María Garrido Lopera, que antes de morir, nos dejó la primera parte de su obra, sobre los músicos granadinos, de un valor aún hoy no tasado. Orfer, tiene en su archivo para la posteridad, a través de su objetivo memoria indeleble de todo esto. Entre la dictadura y la democracia, ocurrieron en ésta ciudad, fenómenos como éstos, que después con los vientos nuevos de libertad, la honestidad de las personas impidieron que sacaran partido, a su lucha interna cuando las cosas estaban duras. Muchos con menos méritos – sobre todo democráticos – se alzaron después como adalides de la libertad, y aún hoy comen de eso. Se apuntaron al carro, cuando llevaba ya mucho recorrido. Lo importante es, lo que hicieron todos aquellos, cuando ni siquiera existía el carro. Manuel de Pinedo, su cuñado que tocaba la armónica de maravilla, Alfredo Curiel, José María Garrido Lopera. Que nombres, que historias sin escribir, que granadinos hasta los tuétanos, madre.

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