sábado, 27 de agosto de 2016

SE ARRECORTAN Y SE ATIRANTAN LAS COLCHONETAS

SE ATIRANTAN Y SE ARRECORTAN LAS COLCHONETAS Tito Ortiz.- Aquella viejas colchonetas que sujetaban el colchón a la cama, eran unos artilugios artesanales de poca resistencia. Consistían en una malla formada por alambre rizado, en bucles individuales, que teóricamente debían soportar, no sólo el colchón, sino a las personas que durmieran en el. Y eso, dependiendo del peso y la estatura de los durmientes, tenía una repercusión sobre el sucesivo abombamiento descendente de la colchoneta, que en no pocas ocasiones, llegaba a descansar sobre el mismo suelo. Había varios factores: En aquel tiempo, los colchones eran de farfolla, los más, y aquellas hojas secas de las panojas de maiz - en albaycinero, panochas - pesaban poco, pero pronto se hacían con la forma del cuerpo que descansaba, de tal forma que con el tiempo, te metías en la cama, y desaparecías engullido por el, como en una película de, Freddy Krueger. Nosotros lo teníamos de borra, una lana de mala calidad con otros desperdicios vegetales, que cuando tenías que mullirlo, te dejaba los brazos baldados para varios días. Había quién a éste relleno, le echaba virutas de corcho, que aunque encarecía el producto, parecía mejor, no sé por qué. Y luego, los pudientes, tenían el colchón relleno de lana, pero de lana de verdad, madejas de lana blanca, que hacían que el descanso supiera a poco, mientras que en los otros colchones, por la mañana te levantabas como si te hubieran dado una paliza. Pues la borra, pesaba, y por lo tanto, la colchoneta sufría más, hasta que los alambres rizados iban cediendo, y tu ibas bajando hasta tocar el suelo con la espalda. Esto también dependía del uso que se le diera a la cama. No era lo mismo la cama de una viuda de cierta edad, que la de un matrimonio joven en edad de procrear. Porque sabido es por los de entonces, que una pareja que hiciera regularmente uso del tálamo, con el ejercicio del débito conyugal, hacía mayor presión y con mayor frecuencia sobre la colchoneta, con lo cual, la distensión de los flacuchos muelles, era moneda de uso corriente. Éstas eran las familias que estaban más pendientes de oir el pregón: ¡Se atirantan y se arrecortan las colchonetas! y en cuanto el hombre pasaba bajo el balcón, se le llamaba para que realizara su trabajo. Aquel menesteroso, llevaba una arquilla con todo tipo de herramientas, en especial las que cortaban alambre, cuyo rollo también portaba el operario. Con la destreza de un manitas, el hombre despojaba la cama de toda su vestimenta, hasta llegar a la colchoneta, la sacaba del cajillo que la soportaba junto a los largueros, y comenzaba la acción. Soltaba los alambres rizados de la malla por un extremo, y con habilidad inusitada, los hacía girar sobre la varilla que los sujetaba, hasta poner tersa de nuevo la pelambrera metálica, que dependiendo de lo que hubiera cedido, dejaba las vueltas anilladas a la vara, y si la distención había sido sublime, "arrecortaba" el sobrante con una tijera especial para alambre y hojalata, enrollando en dobladillo el material justo, para dejar el tejido metálico terso y duro, como para aguantar otra temporada de trote en la cama, que por eso las madres nos tenían prohibidísimo saltar en la cama, para que la colchoneta durara más tiempo, sin abombarse y dar con el suelo. Aquellas maniobras propias del verano, se aprovechaban para lavar el relleno del colchón. La borra o la lana, se metían en la pila de lavar con un puñado de Pubilla, y se frotaba hasta dejarla como un jaspe. Los que no habían alcanzado las cotas de la modernidad con aquel detergente en polvo, lo hacían como siempre, con escamas de jabón Lagarto, y si lo que había en casa, era el jabón del que hacíamos nosotros con el aceite sobrante de las comidas, y sosa caústica, pues lo rayábamos y a la borra para frotar. Lo peor venía cuando había que poner a secar al Sol todo el contenido del colchón. Había que extenderlo bien para que no se apelmazara, y a veces eran necesarios dos días del astro sobre la borra, para conseguir que se secara del todo, y luego a meterla en el colchón y volver a coser el extremo abierto con una aguja colchonera, especial para la arpillera. Lo bueno venía a la noche siguiente, cuando te metías en la cama, con el colchón limpio y la colchoneta tiesa como una mesa de responsos, aquella primera noche era para recordar, entre otras cosas porque a partir de ella, comenzaba la cuenta atrás para que de nuevo estuviéramos pendientes del pregón: ¡Se atirantan y se arrecortan las colchonetas!

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