sábado, 13 de agosto de 2016

EL AFILADOR

EL AFILADOR Tito Ortiz.- De lejos ya se le oía. El afilador, empujando su bicicleta a mano ya estaba en el barrio. Un dispositivo con correa en el piñón de la rueda de atrás, hacía que una piedra de afilar girara incesantemente, y de inmediato, los cuchichos oxidados, las tijeras que cortaban menos que el palo de una silla, recobraban su brillo y corte. El afilador soplaba una especie de pito flauta, emulando a la andina, pero de plástico, y con un sonar monótono y cansino, avisaba de su presencia, pronto las vecinas voceaban por el patio. ¡niñas que ha llegado el afilador! Todas corrían al cajón de la cocina a sacar el cuchillo mellado, la tijera - estijeras - para muchos, desajustadas, y sin filo. Paraban al hombre desde los balcones, y allí, en la calle, ante la atenta mirada de la chiquillería, el afilador comenzaba su ceremonial de levar la bicicleta del suelo mediante un caballete añadido al cuadro, suspendía la rueda en el aire, y con la correa de material engarzada al piñón, la piedra redonda de afilar, vaciaba lomos, cantos y filos, hasta dejarlas listas para su uso, no sin antes darles varias pasadas por otra piedra manual, previa a la entrega a la vecina, que aportaba dos reales por pieza. Una peseta por cuchillo y tijera. La chiquillería se aproximaba al operario, sedientos de ver aquellas chispas que salían del contacto del metal con la piedra que giraba, para cuya protección, el afilador llevaba un mandil de peto hecho de material grueso, que renegrido por el impacto luminoso, le protegía de aquel fuego diminuto, que a los ojos de los niños, parecían el preludio de unos fuegos artificiales. Cuanto más apretaba la hoja a la piedra, más chispas salían, y así más filo hacía para que luego cortara bien la herramienta. Se podría decir que el afilador se ponía las botas, cuando en lugar de una vecina particular, quién requería sus servicios era un tendero de chacinas o carnicería, porque entonces no eran simplemente la tijera de limpiar el pescado - en casa siempre hubo una dedicada exclusivamente a tal menester - o el cuchillo de pelar las patatas, sino que el tendero le sacaba para afilar, toda una suerte de cuchillos de varios tamaños, de ancho de hoja, incluso el hocino de cortar huesos, con lo cual la factura podría alcanzar la cifra de tres o cuatro pesetas. Todo un jornal, para el humilde artesano afilador. Mi padre, cada vez que el afilador hacía sonar su flauta y se paraba bajo el balcón, juraba en arameo y arrojaba dos vasos de agua a la calle en señal de expulsar la mala suerte, porque argumentaba que la presencia del hunmilde artesano, era sinónimo de mala suerte, una especie de cenizo que traería desgracias inmediatas a la familia y a los alrededores, con un malfario que duraría siete años, lo mismo que si hubieras roto un espejo. Afiladores famosos por su prestigio profesional tuvo Granada, y en aquellos años cincuenta y sesenta, venían hasta de los pueblos, los esquiladores, carniceros, banderilleros, y profesionales del corte, a que sus herramientas de trabajo quedaran como nuevas. Hubo una familia de hermanos de la calle Jesús y María, que con dos establecimientos, se especializaron en afilar los cochillos de lo más granado capitalino y provincial. El Titi, en su minúsculo habitáculo de El Pié de La Torre, a tres zancadas del campanario catedralicio, se convirtió junto a sus hermanos en todo un artista del afilado. La cola junto a su mostrador en el que dos piedras de afilar no paraban en todo el día era famosa. La gente dejuaba sus navajas, cuchillos o tijeras, para afilar, y se iba para hacer sus mandados y volver luego a recoger los instrumentos en perfecto estado de corte, asunto éste que El Titi, demostraba a la concurrencia, dejando pasar la hoja afilada por un canto de papel de periódico, que se abría en dos sin necesidad de ningún esfuerzo. El Titi argumentaba, que después de trabajar una hoja de metal, con ella se podía cortar el aire sin ningún problema. El era un artista del vaciado, reconocido como tal por su fiel clientela, que hacía largas colas junto a la Catedral de Granada, para que él y sólo él, pasara sus cuchillos por la piedra. Co clientela fija de bares y restaurantes de toda Granada, no menos famoso fuel el local de afilar, que la familia mantuvo durante décadas, a las puertas de una vieja pensión que ocupaba el lugar donde hace dos siglos se asentó el periódico, El Defensor de Granada. Ubicado frente al hospital de peregrinos del escudo del Carmen, haciendo esquina en san matías con la calle Jesús y María, donde hoy se encuentra el monumento a Constantino Ruiz Carnero, compañero fusilado en La Guerra incivil por defender la verdad, los acreditados afiladores tuvieron fama y reconocimiento de su trabajo. Recuerdo como muchas mañanas, antes de que abrieran el local, ya eran varias personas las que llegadas sobre todo de la provincia, aguardaban para afilar sus herramientas de trabajo, que dejaban en manos de éstos acreditados profesionales, a los que nadie supo sacar nunca, cual era la procedencia de sus piedras de afilar, ni cual su técnica para tan magistral resultado. En alguna ocasión me comentaron, que sin saberlo, lógicamente, habían afilado una navaja, que horas mas tarde había segado alguna vida, pero esos eran los gajes del oficio. Que la navaja de un pastor para comer en el campo con sus ovejas, a veces se convertía en el instrumento mortal de una disputa, o una reyerta, pero eso no lo podían evitar tan ilustres afiladores, de los que Granada presumió durante muchos años.

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